Nos levantamos lo temprano
que nos permiten las sábanas de franela y las mantas suaves de tela
de peluche. Es decir, las 7.00 am. Una hora inaceptable para dos
aventureras que se disponen a entrar en el Salar de Uyuni hoy.
Pero
el cuerpo es débil, especialmente después de atravesar el desértico
altiplano por carreteras de arena y viento desde Salinas Garci Mendoza hasta
aquí. He puesto el despertador a las cinco de la mañana y no he
podido evitar apagarlo y seguir enrollada en estas sábanas de lujo
como un bebé mimado.
Ayer, mientras cocinábamos
en la calle, la manager de un hotel aledaño, el Tauka Tahua, nos ha
invitado a pasar a tomar un te. El hotel, de sólo una planta, es una
maravilla, con acabados en madera, lujosa decoración rústica y amplios ventanales cubiertos con cortinas de tul blancas que dejan pasar la luz pero no las indiscretas miradas de los transeúntes. Hacía tiempo
que no veía un hotel de corte tan europeo por estas latitudes. Sin embargo, lo que más me choca es el lugar donde el establecimiento se ubica, como un oasis en un desierto.
Silvia nos hace una oferta que no podemos rechazar y decidimos
alojarnos entre estos muros de exquisito gusto.
Pedaleamos por la vía de
tierra que se adentra en el Salar. Diciéndole adiós por unos días
a la tierra firme. La carretera se adentra en el mar blanco y se funde en el espejo de sal. Me siento extraña en este
hábitat tan extraterrestre. Parecemos dos terrícolas en nuestras
naves espaciales invadiendo otro planeta. Todos nuestros sentidos
captan sensaciones diferentes. El crujido de las ruedas aplastando la
reseca sal contra el suelo, el destello cegador de los rayos solares
en el blanco de la sal, el olor a sal sin estar en el mar. El contraste con el cielo
completamente azul potencia la saturación de colores.
Pedaleamos alegres por la eternidad, parando, haciendo fotos cada cien metros, experimentando
a tope cada sensación para no perder detalle de la experiencia. Otra
vez vuelvo a sentir la inspiración literaria y la creatividad vuelve
a fluir de mi como por arte de magia. Siento ganas de pararme y
escribir, pintar, grabar y cantar la grandeza de lo que estoy viendo.
Quiero gritarle al cielo GRACIAS A LA VIDA POR ESTE REGALO!!
Cuando salimos del abrigo
de las montañas y quedamos al descubierto, mar de sal adentro, el
viento comienza a soplar con fuerza y en cuestión de un par de horas
el cielo se llena de nubarrones negros. Desde nuestra posición, al descubierto en sales profundas, oímos el
sonido de truenos lejanos que vienen de tierra firme y algunas formaciones nubosas sobre el
volcán de Tunupa nos alertan de que ya llueve duro por esos lares.
Pedaleamos con fuerza
hacia la Isla Incahuasi, a 40 km de Tahua en línea recta, para
protegernos de la inminente tormenta al abrigo del refugio ubicado en
el Centro Turístico. Cuando llegamos al aparcamiento de la isla, de
sólo 0,24 km cuadrados, el viento sopla con tal fuerza que los
turistas abandonan su puesto en las mesas y asientos de sal con
rapidez y se suben en los vehículos cuatro por cuatro para volver a
casa.
El poco amable personal de
la isla nos aloja en el “refugio”, un pequeño salón de actos, al
que le falta una manita de limpieza por cierto, con algunas sillas
amontonadas, colchones sucios en fila a los lados, piso de madera y
una gran vista hacia el aparcamiento a través de una gran ventanal.
El sol se pone justo por este ala del edificio y contemplamos los
momentos previos al ocaso montando la tienda de campaña en el
recinto para aislarnos de la porquería. Gracias al refugio, que nos
cuesta cinco dólares por persona con derecho a visitar la isla y
usar el baño, nos libramos del temporal y de pasar frío esta
noche, ya que aquí las temperaturas descienden fácilmente bajo cero
por la noche.
El sol se despide en medio
de uno de los mayores espectáculos visuales que he contemplado en toda mi
vida y alguien enciende la luna mientras caigo rendida en mi saco de
dormir hasta el día siguiente.
Sábado 29 de Octubre. Acampando entre el hielo y el fuego.
Amanecemos rendidas pero
felices de estar donde estamos y del día lleno de emociones que nos
espera. Cocinamos en la puerta del refugio un poco de pasta con carne
de llama y le decimos adiós a la Isla Incahuasi, que en quechua
significa “la casa del inca”, donde habitan gran cantidad de
cactus gigantes que pueden llegar a medir más de 10 metros de
altura. Desde su cima, la perspectiva del Salar de Uyuni es única y
la curvatura del planeta más visible que nunca.
Aprovechamos la
privilegiada climatología de hoy para hacer fotos con juegos de
perspectiva. No tenemos prisa. Queremos sacarle al salar el máximo
partido. Si estamos cansadas, descansamos tumbadas en el manto blanco
leyendo en nuestros kindles u observando vehículos muy ocasionales
pasar a lo lejos flotando sobre el salar como naves extraterrestres
merced al cegador espejo de sal.
Acampamos en medio de
aquel reino de otro mundo y contemplamos uno de los ocasos más
espectaculares de nuestras vidas. Aprovechamos el buen clima para
disfrutar de esta experiencia, que no es legal, pero que no queremos
perdernos, porque no existe en esta Tierra otro paisaje que nos
recuerde con tanta evidencia, que hubo una época anterior al ser
humano.
Es la segunda altiplanicie más grande del mundo después del
Tibet. Un paisaje de viento y sal, y de hielo y fuego ahora que el
sol hace ademán de despedirse, rodeado de volcanes que en su día
escupieron lava en el suelo helado.
Cuando la luna se alza en
el lado opuesto al del sol poniente, la muerte y la eternidad se dan
la mano para recordarnos que después de esta vida hay probablemente
un mundo similar en algún lugar llamado cielo.

Cuando la sal se tiñe
de azul con la luna, la temperatura desciende drásticamente y nos
metemos en nuestros sacos de dormir. Me quedo dormida con el susurro
del viento acariciando el paisaje repleto de ecos.
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