viernes, 4 de noviembre de 2016

¡Dentro del Salar de Uyuni por Fin!

Nos levantamos lo temprano que nos permiten las sábanas de franela y las mantas suaves de tela de peluche. Es decir, las 7.00 am. Una hora inaceptable para dos aventureras que se disponen a entrar en el Salar de Uyuni hoy. 



Pero el cuerpo es débil, especialmente después de atravesar el desértico altiplano por carreteras de arena y viento desde Salinas Garci Mendoza hasta aquí. He puesto el despertador a las cinco de la mañana y no he podido evitar apagarlo y seguir enrollada en estas sábanas de lujo como un bebé mimado.



Ayer, mientras cocinábamos en la calle, la manager de un hotel aledaño, el Tauka Tahua, nos ha invitado a pasar a tomar un te. El hotel, de sólo una planta, es una maravilla, con acabados en madera, lujosa decoración rústica y amplios ventanales cubiertos con cortinas de tul blancas que dejan pasar la luz pero no las indiscretas miradas de los transeúntes. Hacía tiempo que no veía un hotel de corte tan europeo por estas latitudes. Sin embargo, lo que más me choca es el lugar donde el establecimiento se ubica, como un oasis en un desierto. 






Silvia nos hace una oferta que no podemos rechazar y decidimos alojarnos entre estos muros de exquisito gusto. 

Pedaleamos por la vía de tierra que se adentra en el Salar. Diciéndole adiós por unos días a la tierra firme. La carretera se adentra en el mar blanco y se funde en el espejo de sal. Me siento extraña en este hábitat tan extraterrestre. Parecemos dos terrícolas en nuestras naves espaciales invadiendo otro planeta. Todos nuestros sentidos captan sensaciones diferentes. El crujido de las ruedas aplastando la reseca sal contra el suelo, el destello cegador de los rayos solares en el blanco de la sal, el olor a sal sin estar en el mar. El contraste con el cielo completamente azul potencia la saturación de colores.



Pedaleamos alegres por la eternidad, parando, haciendo fotos cada cien metros, experimentando a tope cada sensación para no perder detalle de la experiencia. Otra vez vuelvo a sentir la inspiración literaria y la creatividad vuelve a fluir de mi como por arte de magia. Siento ganas de pararme y escribir, pintar, grabar y cantar la grandeza de lo que estoy viendo. Quiero gritarle al cielo GRACIAS A LA VIDA POR ESTE REGALO!!

Cuando salimos del abrigo de las montañas y quedamos al descubierto, mar de sal adentro, el viento comienza a soplar con fuerza y en cuestión de un par de horas el cielo se llena de nubarrones negros. Desde nuestra posición, al descubierto en sales profundas, oímos el sonido de truenos lejanos que vienen de tierra firme y algunas formaciones nubosas sobre el volcán de Tunupa nos alertan de que ya llueve duro por esos lares.


Pedaleamos con fuerza hacia la Isla Incahuasi, a 40 km de Tahua en línea recta, para protegernos de la inminente tormenta al abrigo del refugio ubicado en el Centro Turístico. Cuando llegamos al aparcamiento de la isla, de sólo 0,24 km cuadrados, el viento sopla con tal fuerza que los turistas abandonan su puesto en las mesas y asientos de sal con rapidez y se suben en los vehículos cuatro por cuatro para volver a casa.



El poco amable personal de la isla nos aloja en el “refugio”, un pequeño salón de actos, al que le falta una manita de limpieza por cierto, con algunas sillas amontonadas, colchones sucios en fila a los lados, piso de madera y una gran vista hacia el aparcamiento a través de una gran ventanal. 



El sol se pone justo por este ala del edificio y contemplamos los momentos previos al ocaso montando la tienda de campaña en el recinto para aislarnos de la porquería. Gracias al refugio, que nos cuesta cinco dólares por persona con derecho a visitar la isla y usar el baño, nos libramos del temporal y de pasar frío esta noche, ya que aquí las temperaturas descienden fácilmente bajo cero por la noche.




El sol se despide en medio de uno de los mayores espectáculos visuales que he contemplado en toda mi vida y alguien enciende la luna mientras caigo rendida en mi saco de dormir hasta el día siguiente.


Sábado 29 de Octubre. Acampando entre el hielo y el fuego.


Amanecemos rendidas pero felices de estar donde estamos y del día lleno de emociones que nos espera. Cocinamos en la puerta del refugio un poco de pasta con carne de llama y le decimos adiós a la Isla Incahuasi, que en quechua significa “la casa del inca”, donde habitan gran cantidad de cactus gigantes que pueden llegar a medir más de 10 metros de altura. Desde su cima, la perspectiva del Salar de Uyuni es única y la curvatura del planeta más visible que nunca.



Aprovechamos la privilegiada climatología de hoy para hacer fotos con juegos de perspectiva. No tenemos prisa. Queremos sacarle al salar el máximo partido. Si estamos cansadas, descansamos tumbadas en el manto blanco leyendo en nuestros kindles u observando vehículos muy ocasionales pasar a lo lejos flotando sobre el salar como naves extraterrestres merced al cegador espejo de sal.





Acampamos en medio de aquel reino de otro mundo y contemplamos uno de los ocasos más espectaculares de nuestras vidas. Aprovechamos el buen clima para disfrutar de esta experiencia, que no es legal, pero que no queremos perdernos, porque no existe en esta Tierra otro paisaje que nos recuerde con tanta evidencia, que hubo una época anterior al ser humano. 




Es la segunda altiplanicie más grande del mundo después del Tibet. Un paisaje de viento y sal, y de hielo y fuego ahora que el sol hace ademán de despedirse, rodeado de volcanes que en su día escupieron lava en el suelo helado.



Cuando la luna se alza en el lado opuesto al del sol poniente, la muerte y la eternidad se dan la mano para recordarnos que después de esta vida hay probablemente un mundo similar en algún lugar llamado cielo.

Hemos asegurado bien la tienda de campaña porque el viento a empezado a soplar otra vez con fuerza. Para ello nos hemos traído una piedra, porque, en este mundo de nadie, no sobreviven ni las piedras, y la fauna que se atrevió a pisar este medio hostil alguna vez, acabó carcomida por la sal. Incluso con la piedra, nos cuesta trabajo clavar las clavijas y asegurar la tienda de campaña, que colocamos aproada al viento. 


Cuando la sal se tiñe de azul con la luna, la temperatura desciende drásticamente y nos metemos en nuestros sacos de dormir. Me quedo dormida con el susurro del viento acariciando el paisaje repleto de ecos.





Aventura Patrocinada por el Café del Mundo de Tijuana, BCS, México
Fotos Marika Latsone
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