Moshi, que significa en swahili 'humo', me sorprende. Es el primer
tropiezo con la civilizacion occidental que sufro desde Sudafrica.
Sus calles, limpias y geometricas, embellecidas con jardines de
flores silvestres por donde se aprecia una permanente mano cuidadora,
son flanqueadas por edificios de una planta de corte britanico
sesentero. Sus habitantes lucen mejores ropas que en la mayoria del
este de Africa y no se sorprenden al paso de una 'muzungu', lo cual
es un respiro a estas alturas de la batalla. Montada sobre Roberta
hago un giro de 180 grados con la cabeza en busca del Kilimanjaro,
que en teoria deberia estar situado al Norte de la villa, pero no veo
sino bruma y nubarrones presagio de un buen chaparron en breve. El
sol comienza su despedida y debo apresurarme a buscar alojamiento. He
preguntado varias veces a los viandantes por el camping Masai y todos
me dicen que ese lugar se halla en Arusha, la ciudad mas importante
de la zona situada a 75 kilometros. Intento no desesperarme ante la
evidente idea de que no alcanzare Arusha antes del ocaso. Tampoco me
quedan fuerzas. Me detengo en algun punto de Mawenzi Road para
pensar.
Entonces aparece como un angel de aurea
dorada de perfume inequivoco. Alto y fuerte como un heroe mitologico,
de cabello largo y rubio suelto sobre los hombros, adornado con una
fina trenza que resbala sobre la mejilla. Impulsada por una fuerza
inexplicable y estremecida por la certidumbre de la presencia fisica
de una deidad, le pregunto por el camping. Me dice con una dulzura
que me turba en un ingles de pura cepa que aguarde. Se hace un
silencio diafano entre el desorden de los vehiculos. Sus gestos son
lentos y seguros y la camisa de cuello de pico realza su esbelto y
fibroso pecho blanco adornado por fibras de oro. Contemplo sus finos
labios moverse entre la chivita bien recortada mientras habla por
telefono. Me pregunta si quiero acampar en el jardin del hostal de
una amiga y yo afirmo deslumbrada por el resplandor de su sonrisa. Me
ofrece su pequeno vehiculo para cargar mi pesadas alforjas mientras
pedaleo detras de su rastro perfumado. Me ayuda a instalarme en el
jardin de su amiga y por primera vez desde hace dias tengo que pensar
lo que hago porque mi mente viaja muy lejos y el automatismo derivado
de la rutina se ha bloqueado. Sacar tienda de campana de alforja,
desenrollar las lonas, ajustar los palos, clavar las estacas...
Desde mi cómo sofá, leo tus crónicas, nos haces llegar tus miedos, tu cansancio, tus penas y alegrías, y haces que me revuelva incómoda en él.
ResponderEliminarEspero con ansias un libro sobre tu aventura, pero sobre todo que tu objetivo en pro de la igualdad, sea algún día una realidad, por un mundo de hombres y mujeres con los mismos derechos y libertades.
Besos
Maribel
Gracias amiga! Me encanta que me sigas. Un abrazo fuerte!
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