Me
dejo arrastrar sobre la tabla de surf por el reflujo
del Pacifico. Inerme y sola. Cansada de remar contra corriente, disfruto del beso
del agua templada sobre mi piel. Despues de un ano y medio sobre la
bici, he perdido la condicion fisica sobre la tabla, asi que parezco
una tortuga con el caparazon en la barriga tratando de moverme en un
medio hostil.
Los
musculos de espalda y brazos se perdieron en el camino y remar sobre
aquella corriente extrema se me antoja una tortura. Consigo llegar al
pico sembrado de experimentados surferos norteamericanos que se
pelean por las olas con toda la razon del mundo, habida cuenta del
trabajo que cuesta situarse estrategicamente para que la corriente, en
cuestion de segundos, te arrastre por arte de magia a doscientos
metros, haciendote perder el maldito tiempo y la energia despues de
cuarenta y cinco minutos de dejarse el alma sobre la fibra de vidrio.
He
perdido la musculatura pero no la destreza y me subo sobre la tabla
en un take off que me desliza desde la cresta de la ola por la pared hacia su
base, sintiendo el efecto inmediato de la gravedad sobre mi cuerpo.
Tampoco he perdido el sentido del equilibrio sobre la tabla, una 7.6
pulgadas de fibra que le he alquilado a Antoñito, el propietario del
hostal Surfers Inn donde nos alojamos.
Mi tabla se desliza con
rapidez sobre el tumulto de agua. Al ser de fibra, me es mas facil
controlarla que las de epoxy que habituo porque es mas ligera, y ejerzo rapidos
movimientos con las piernas para que el artilugio suba algunos centimetros por la pared de la ola, aprovechando el impulso de la caida, evitando que la ola me engulla. La mejor medicina para un espiritu
agrietado por el dolor despues de que dos hombres me atracaran a
punta de machete hace dos dias y me dejaran en estado de lastima.
El desdichado suceso, ocurrido a pocos kilometros de la localidad La Perla,
cerca de La Libertad, me quemo la vida en las brasas de la selva
salvadoreña. Cuando huimos aterradas de la zona roja, en busca del
alguien en quien refugiarnos momentaneamente del estruendo de
violencia que se vive en el pais, encontramos a otro ciclista que
pedalea en direccion opuesta.
Ed no sale de su asombro y nos invita
a detenernos para tranquilizarnos en el Restaurante La Perlita, tan
bien avenido, sobre un precipicio que domina la bahia de azul.
Me
siento en un banco de madera mientras Marika y el ingles avientan la
desgracia entre el personal del bar. Contemplo el Pacifico postrado
en el letargo del mediodia con el semblante tremulo y la mirada
perdida en el bullicio de las olas. Rompo a llorar como una niña,
tapandome el semblante para ocultar mi desconsuelo y frustracion.
Nunca me habian apretado con el metal la carne laxa para darme una orden ilicita. No he podido defenderme porque no he contado con espacio y
con tiempo. Siempre he escapado por muy poco de la mayor parte de los desencuentros en este año y medio porque mis
reflejos se han afinado como un piano de cola en el viaje. Reconozco que en esta ocasion iba demasiado relajada, demasiado confiada y no he previsto lo
previsible en un pais como este.
Ed,
que se hace llamar El Ciclista Sediento, me ayuda a obviar la triste
realidad: que no soy inexpugnable e invencible, y que todos estamos a
un milimetro de la muerte cada dia. El britanico es demasiado
atractivo y simpatico para ser real y me abandono a su encanto
de viajero universal; pedalea el universo desde 2013 y esta a punto
de completar su periplo en Canada.
El
31 de Agosto ponemos rumbo a Zacatecoluca a las diez de la manana,
cuando el calor empieza a apretar y en la selva se puede asar un
pollo amarrado en la parte trasera de la bicicleta. Decidimos no
volver a hacer esto nunca mas y planificarnos mejor la proxima vez si
queremos sobrevivir a estas temperaturas. Atras dejamos una
maravillosa vida junto a Clofi y Bombon, los dos perros de Antoñito,
el señor del hostal para surferos barato en medio de la jungla junto
al mar de Playa El Sunzal. Me hubiera quedado un mes.
Por
el camino vemos a mucha gente paseando con machetes en mano: hombres,
mujeres y ninos. Por tradicion, trabajo o seguridad, todo el mundo va
armado, asi que me detengo en una ferreteria y compro un reluciente
machete descomunal que coloco en la parte trasera de Susan. “Al
menos ahora infundiremos respeto y no pareceremos dos gilipollas pidiendo a gritos que nos roben hasta la bragas” le digo a
Marika, que me mira aterrada.
Esa
noche dormimos en un hotel para polvos rapidos (HPR), tan gracioso como su
dueño, en Zacatecoluca, y al dia siguiente paseamos el machete hasta
Usultan, donde nos cuesta la vida encontrar un lugar decente para
dormir. Nos hemos alejado de la costa y ya no contemplare mas el
resplandor del sol sobre el Oceano Pacifico hasta Honduras o
Nicaragua. A partir de ahora, la carretera, el trafico y el calor
fatigante seran lo mas exitante del caminopor un tiempo... si es que no ocurre algo inesperado y la vida da un vuelco... lo mas probable en un viaje como este, siempre a merced del azar o del acontecimiento fortuito...
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