Que se van de El Salvador sin conocer las islas del Golfo de
Fonseca? - pregunta Rafael Eduardo, natural de San Salvador y profuso
en ingles y aleman - admirado. Deberian considerar visitarlas antes
de seguir hacia Honduras y Nicaragua... No hay nada igual...
En el puerto de La Union las barcazas flotan a merced del balanceo
de las serenas aguas del Golfo de Fonseca. La 'Isabella' aguarda a
los pasajeros que caminamos desde el dique con el agua por la cintura
y medio cuerpo buceando a ciegas la mar turbia y maloliente. Nuestras
bicicletas navegan el lodo salado sobre un carromato tirado por dos
hombres enjutos y de piel agrietada por el mar y una vida chunga.
Surcamos la balsa de aceite que llena el protegido entrante del
Oceano Pacifico donde descansa el archipielago acotado por El
Salvador al noroeste, al noreste y este con Honduras y al sur con
Nicaragua. Pasamos la isla del Tigre, ocupada por los britanicos en
1849 para evitar la presencia estadounidense en Honduras, y alcanzamos
una hora y media despues nuestro destino, la isla de Meanguera del Golfo, que
junto con la isla de Meanguerita fueron asignadas a El Salvador tras
el conflicto sobre los derechos al golfo y sus islas, resuelto por la
Corte Internacional de Justicia de La Haya en 1992.
La barcaza comandada por Justino, natural de Meanguera, nos deja
en aguas del unico hotel de la isla, La Joya, que cuenta ademas con
precios para backpackers o mochileros, en uno de los marcos mas jodidamente incomparables del universo. El establecimiento se asienta sobre el mar y pasamos el
resto de la tarde contemplando la puesta de sol desde las hamacas del
delirio colgadas en un embarcadero de madera que hace de balcon sobre
el mar, dominando la ensenada al oeste de Centroamerica, regalandonos reflejos de
cobre en el letargo de la siesta.
Al dia siguiente nos aventuramos a pescar al currican en Kayak y, cuando la corriente nos arrastra sin remedio por uno de los canales entre islas, una barca de pesca pasa a gran velocidad demasiado cerca de mi linea y se lleva mi rapala enrollada en el eje de la helice, arrastrandonos varios metros en direccion opuesta.
Remamos hacia la embarcacion de madera y el joven piloto de la nave artesanal se disculpa y nos devuelve la rapala sana y salva al tiempo que nos desvela una importate informacion que determinara nuestro futuro mas inmediato: la isla que aparece por la proa no es tal, es Nicaragua que nos saluda desde la distancia. Justo cuando la informacion se cocina en nuestros cerebros, una macarela del Pacifico de dos kilos da tirones de cuidado en la linea de pesca que recojo con dificultad con el mini carrete, deteniendome a veces para que la caballa cacho se canse de la vida y se abandone al tiron del hilo trenzado de arrastre verde oscuro.
Arrastro la macarela con cuiadado para que no se suelte hacia el kayak y la introduzco en la embarcacion por la popa, asestandole una punalada trapera en la cabeza para que muera sin sufrimiento y no escape. La sangre brota de sus agallas dejando un rastro de muerte en el interior de la canoa de plastico a la deriva. Dios!, hasta los peces tienen alma pues aquel animal no me mira con ojos de muerto habiendo pasado a mejor o peor vida: sus mirada de orfebre se fija en la mia rogandome clemencia... aun cuando es demasiado tarde.
Decidimos que navegar hacia Nicaragua estando tan cerca es el mejor plan para los proximos dias. La vida nos obliga a reinventarnos con frecuencia. Este vericueto de Centroamerica nos invita a la reflexion: los planes son estimulantes pero no sirven para nada la mayoria de las veces, ya que la vida no es estatica, ni los seres humanos nacen para siempre el dia en que sus madres los alumbran - tal como sentencia Gabriel Garcia Marquez - sino que la vida los obliga a parirse a si mismos mismos una y otra vez...
Foto: Marika Latsone |
Foto: Marika Latsone |
Foto: Marika Latsone |
Al dia siguiente nos aventuramos a pescar al currican en Kayak y, cuando la corriente nos arrastra sin remedio por uno de los canales entre islas, una barca de pesca pasa a gran velocidad demasiado cerca de mi linea y se lleva mi rapala enrollada en el eje de la helice, arrastrandonos varios metros en direccion opuesta.
Remamos hacia la embarcacion de madera y el joven piloto de la nave artesanal se disculpa y nos devuelve la rapala sana y salva al tiempo que nos desvela una importate informacion que determinara nuestro futuro mas inmediato: la isla que aparece por la proa no es tal, es Nicaragua que nos saluda desde la distancia. Justo cuando la informacion se cocina en nuestros cerebros, una macarela del Pacifico de dos kilos da tirones de cuidado en la linea de pesca que recojo con dificultad con el mini carrete, deteniendome a veces para que la caballa cacho se canse de la vida y se abandone al tiron del hilo trenzado de arrastre verde oscuro.
Arrastro la macarela con cuiadado para que no se suelte hacia el kayak y la introduzco en la embarcacion por la popa, asestandole una punalada trapera en la cabeza para que muera sin sufrimiento y no escape. La sangre brota de sus agallas dejando un rastro de muerte en el interior de la canoa de plastico a la deriva. Dios!, hasta los peces tienen alma pues aquel animal no me mira con ojos de muerto habiendo pasado a mejor o peor vida: sus mirada de orfebre se fija en la mia rogandome clemencia... aun cuando es demasiado tarde.
Foto: Marika Latsone |
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