Desde el fatidico episodio en el norte
de Malasia estoy turbada y deprimida. Me siento estresada y agotada
al mismo tiempo y la soledad me pudre el alma. Las lagrimas son mis
companeras de camino un dia si y otro tambien y el miedo convive
conmigo desde que he tomado conciencia de que la muerte no es solo
una probabilidad permanente, sino una realidad inmediata. Lo unico
que me impulsa a seguir pedaleando es la esperanza de salir de este
maldito pais cuanto antes. No me apetece quedarme en su capital,
Kuala Lumpur, ni un dia mas de lo estrictamente necesario. Paso
impasible por delante de las Torres Petronas, los edificios mas
altos del mundo hace mas de una decada, y no me paro ni para disparar
una foto. Me da igual. No me interesa el mundo que me rodea, no
quiero seguir adelante. En este momento odio este mundo repleto de
hijos de puta.
Me siento desgarrada por dentro, vacia,
sin energia. He perdido el apetito y el interes por este viaje. El no
tener a nadie con quien desahogarme me desgarra cada dia mas por
dentro. Necesito urgentemente pararme por un tiempo. Necesito
encarecidamente el calor y el carino de un amigo o amiga. Desde la
India no he vuelto a hacer amigos de verdad, aquellos con los que
conectas inmediatamente y charlas dia noche sobre todo lo que te pasa
por la cabeza, ries, lloras y no te quieres ir de su lado ni que te
apunten en la nuca con un rifle de asalto.
La unica solucion a mi encrucijada
emocional es ir a la isla mas importante (de las 63 que com
ponen el pais) de la Republica de Singapore y reencontrarme con Martha despues de
veinte anos. Nos conocimos cuando eramos dos adolescentes en la
residencia para chicas St. Joseph's Hostal, Notting Hill Gate,
Londres. Alli lo pasabamos en grande mientras ella estudiaba Derecho
y yo trabajaba en una pasteleria francesa para pagarme mis estudios
para obtener el First Certificate. Aunque probablemente nos sintamos
como dos extranas despues de tanto tiempo, siempre es agradable
re-encontrarse con alguien conocido y recordar los viejos tiempos.
Haciamos muchas travesuras en aquella residencia regida por monjas
catolicas de estrechez de criterio, estrictas normas y cabreo
perenne.
Nunca olvidare nuestros momentos
observando las estrellas apostadas en el techo del edificio
victoriano, al que accediamos por la ventana de la habitacion de Ana
Silvar, la otra mosquetera en el grupo. El recuerdo de nuestras
carcajadas bajo el cielo ligero y estrellado, respirando la humedad
del aire invernal con la ciudad a nuestros pies, me arranca la unica
sonrisa de mi estancia en Malasia. Senal de que eso es precisamente
lo que necesito: buenas sensaciones, energia positiva, conversar a la
luz de las estrellas, reirme hasta que se me rompa la boca y, sobre
todo, socializar hasta que el cuerpo me diga basta.
Quedamos en una estacion de tren cerca
de la frontera con Malasia. Menudo follon para pasar desde un pais a
otro. Me ha llevado una eternidad cruzar desde una oficina fronteriza
a otra porque las separan kilometros de distancia, y cada puesto de
control es como el edificio de Naciones Unidas en Nueva York y, las
colas, kilometricas. Cuando por fin llego a Singapur me siento como
en Londres, con menos trafico, y un calor fulminante. Rascacielos,
jardines, gente cabreada, mas edificios, mas parques, mas gente
ensimismada y ligeramente agria, blancos, chinos, mulsulmanes,
hindues, organizacion estricta, centros comerciales, consumismo
exacerbado, humanos pegados a sus smartphones con la cabeza gacha y
aislados del resto del mundo... Me choca enormemente todo esto
despues de pasar por el mundo subdesarrollado, donde todo el mundo
sonrie hasta en los accidentes de trafico, todo el mundo habla con
todo el mundo, todo el mundo te quiere ayudar, todo el mundo se pelea
por hablar contigo y el telefono lo utiliza casi todo el mundo solo
para lo que fue creado.
Sin bajarnos de nuestras “maquinas”
(Roberta esta en coma, es decir, tras el accidente, tiene el chasis
doblado y ni el cassette delantero y trasero van bien) nos damos un
emotivo abrazo en un semaforo porque nos hemos cruzado de camino a la
estacion de tren. Martha es una fanatica del ciclismo y tiene varios
trofeos en carreras de Mountain Bike en Singapur y Malasia. La sigo
hacia su casa. Lleva una bicicleta de carreras ultimo modelo y va
como un tiro; yo, a su lado, parezco que llevo un 'taca- taca'.
Hago lo que puedo porque mis alforjas
pesan y el calor es asfixiante. Una hora despues llegamos a su casa,
una vivienda de una sola planta en un barrio residencial algo alejado
del centro. Me presenta a su madre, una entranable anciana de rasgos
bellos, endurecidos por la crueldad de la vida, con excelente
sentido del humor. Conecto con aquella mujer encantadora
inmediatamente.
En pocos minutos, la tres charlamos
animadamente en el cuarto de estar apurando te helado. La felicidad
recorre mi cuerpo como una corriente de energia. Siento de nuevo el
calor de una familia, la tranquilidad de hallarme integrada en un
grupo. Deseo que no cambie nada, quiero estar asi todo lo que me
queda de vida. Pero, cuando aun no han transcurrido dos horas ,
Martha inquiere que no tenemos mucho tiempo y que debemos poner en
marcha la “operacion jubilacion anticipada de Roberta” cuanto
antes.
Hoy es sabado y en Singapur las tiendas
abren todos los dias. Y he alargado mi estancia hasta el 20 de
Noviembre. Por lo que no entiendo tanta premura. De repente Martha
parece muy preocupada y su actitud es diferente. Mas estresada e
inflexible. “Tenemos tiempo para eso. No crees? - Contesto - Me
gustaria no pensar en bicicletas y en viajes al menos durante el dia
de hoy, si no te importa. Lo necesito de veras” - . Pero mi
puntualizacion le entra por un oido y le sale por otro y me contesta
secamente: “No, es importante ponernos en marcha ya porque el
tiempo se nos echa encima. He quedado con mi mecanico para que le
eche un vistazo a tu bici y debemos pedalear ya hacia alli; … si o
si.” Asiento con un mohin preguntandome desde cuando Martha es tan
“tocapelotas”.
Estoy reventada y harta de bicicletas
(y de mierdas varias) pero me encuentro en el territorio de otra
persona que me ha acogido y debo respetar sus deseos hasta donde
pueda, al menos esa es mi filosofia. Otra media hora de pedaleo hasta
el quinto cono para que un mecanico me confirme lo que ya se: que
debo jubilar a Roberta y comprar otra bicicleta. Hostia puta. Solo
quiero irme de marcha y ponerme hasta el culo de mojitos, bajo una
bola de colores que gire sobre su eje aliviando un haz de lucecitas
en las paredes mientras el sonido mas hortero de Enrique Iglesias
retumba en mis oidos. “Ey Martha... donde vamos esta noche? No
sabes las ganas de juerga que tengo en el cuerpo...”. - “Manana
madrugamos para hacer un recorrido en bici por Singapur...” -
contesta.
A las siete de la manana estamos en pie
pero voy lentisima porque arrastro un cansancio fisico y mental
extraordinario. Me demoro hasta para cepillarme los dientes. Martha
me espera en el porche con cara de pocos amigos mientras le quita el
transportin a Roberta y revisa cada milimetro de la maquina con suma
concentracion. Cuando por fin voy a su encuentro me inquiere con una
forzada sonrisa que “mi bici esta muerta y que no se quedara
tranquila hasta que la cambiemos por otra”. No se como decirle que
me la sopla completamente la bicicleta en estos momentos, que no
quiero ni oir hablar del tema por unos dias, y que solo necesito un
buen amigo a mi lado con quien reirme y tomarme un increible desayuno
junto al mar que tanto amo; que hoy no quiero pedalear porque mi
cuerpo se resiste al ejercicio fisico y mi mente necesita un respiro.
Pero de un dia para otro Martha se ha vuelto una mujer furiosa por
dentro y actuacomo una bomba de relojeria a punto de estallar de un
momento a otro; no tengo fuerza mental para enfrentarme a esto ahora
y reprimo mis deseos.
Le sigo la corriente todo lo que
puedo. Observo el transportin en el suelo y me pregunto por que no me
ha pedido permiso para extraerlo. Me siento como una estupida sin
autoridad para tomar decisiones sobre mi vida. Tengo ganas de decirle
que no necesito su experta ayuda, que me las arreglo sola, que si me
quiere ayudar se comporte como una amiga y me apoye emocionalmente.
Pero no puedo. Hace mucho tiempo que no me siento tan intimidada por
alguien.
Roberta esta cada vez peor. La rueda
trasera roza con el chasis torcido por la caida en el Norte de
Malasia y los casettes delanteros y traseros estan casi muertos. Mi
velocidad es de crucero y la de Martha de rally. Me tranquiliza saber
que no vamos a practicar descenso en MTB por tierra ni ninguna de
sus locuras porque asi lo hemos acordado por la manana, tras la
tormenta de anoche. El aire es humedo y a las nueve de la manana el
calor es agobiante. Es domingo y no hay mucho trafico. Martha se
pierde entre los vehiculos y la sigo a duras penas. Me hace senales
para que vaya mas deprisa y, como siempre, parece enfadada. Me quiero
morir.
De repente, nos salimos de la carretera
y descendemos por un barranco de arboles y lodo. Tengo que detenerme
porque los cambios no me van y Roberta no esta para descenso radical
en MTB. No se que haceemos ahi, porque hemos acordado rodar
tranquilamente por alquitran, dada la situacion de la bicicleta y la
climatologia. Llamo a Martha, que se ha perdido en el bosque, pero
nadie responde. Decido caminar con Roberta por el circuito de
descenso. Las botas se me hunden en el barro y me cuesta horrores
arrastrar la bici. De repente Martha aparece. Esta tan enfadada que
se le hincha la nariz y los mofletes se le ponen al rojo vivo. Estoy
desesperada. No se ni que decirle. Tengo tal depresion que siento
ganas de tirar la bicicleta por el barranco y salir corriendo. Me
pregunta que que ocurre, que me estaba esperando abajo. Que es
domingo, “su dia de esparcimiento sobre dos ruedas” y que debo
comprender que no tiene mucho tiempo durante la semana para montar en
bicicleta”.
Cuando llegamos a casa corro al cuarto
de bano a llorar. No puedo evitarlo y tampoco puedo parar. No
entiendo lo que ocurre ni porque Martha ya no es la misma persona que
conoci en Londres. Como puede alguien cambiar tanto. No se que hacer.
Estoy tan deprimida que no tengo fuerza mental para tomar decisiones.
Despues Martha me dice que me va a llevar a casa de su hermana, que
vive mas cerca del centro y me conviene mas estar ahi. Asi que me
manda empaquetar todo de nuevo y otra vez a la carretera. Su hermana
viven en un 17th piso en un barrio de inmigrantes
mulsulmanes. La vivienda es minuscula y esta repleta de todo tipo de
cosas y casi no hay espacio para transitar por ella. Cajas vacias
amontonadas contra la pared, cachivaches de toda indole, artilugios,
pilas de periodicos y revistas amontonados en el suelo, cajas llenas
de libros, de ropa, juguetes, repuestos de bicicleta, … es como si
su propietaria fuera incapaz de deshacerse de nada. Todo esta sucio y
descuidado. Se me viene el mundo abajo. Me deja con su hermana y no
la vuelvo a ver. Convivo con Elise durante tres dias y resulta ser
una de las mejores personas que he conocido jamas. Nunca me habia
encontrado con un corazon tan puro. Espero volver a verla.
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