He contactado con Sandra a traves de Warmshowers. Sandra es
tijuanense, pero ha vivido los ultimos 17 anos en Los Angeles,
California. Pequenita, llenita, coronada por rizos azabaches sobre
una permanente sonrisa y mirada noble, se presenta en mi vida en una
Spezialized de carretera, embutida en mallas de ciclista profesional.
Juntas cruzamos la frontera de San Diego con Tijuana. Ella cruza a
menudo, asi que se conoce todos los trucos habidos y por haber. Los
oficiales de aduanas mexicanos son amables y hacen ademan de revisar
mis panniers con una sutil desgana para cubrir el expediente. Me tomo
mi tiempo para hablar con el simpatico agente que me sella la VISA y
me pide, tambien con una simpatica sonrisa, 25 dolares, que abono con dos
billetes de 40 US Dolares porque aun carezco de pesos.
El amable, a
mas no poder, me devuelve el cambio mal, y se queda con unos 25 pesos,
pero de eso me doy cuenta despues, senal evidente de que ya estamos
en el tercer mundo. Por supuesto, recibo mi correspondiente recibo
que dobla metodicamente para introducirlo con ciudado en mi pasaporte
al tiempo que me espeta: “no lo pierda, por favor”. Salgo de la
oficina para unirme a Sandra entre el trasiego de gente que viene de
Estados Unidos caminando, la mayoria trabajadores a escaso sueldo en
San Isidro, que es el barrio de San Diego que roza los confines del mundo
subdesarrollado.
El cunado de Sandra nos espera en su pickup Ford a las puertas de la
aduana. Buenas tardes "Inutil" le saluda Sandra. Me quedo petrificada
con la conviccion de que no he oido bien. Pero este dibuja una
sonrisa picara y mirada complice con la timida Sandra que se
desternilla de risa mientras subimos las bicicletas a la parte
trasera del negro e imponente automovil. Ahora estoy segura de que oi
bien y subimos todos al vehiculo. Apretadas en la cabina para tres
observamos una ciudad colonial, ligeramente desordenada y repleta de
color y vida, transicion surrealista de la Norteamerica rica y
poderosa, separada por una muralla metalica con aires de campo de
concentracion.
Nos detenemos frente a un puesto de Tacos. “No puedes entrar en
Mexico sin probar los mejores tacos de Tijuana”, dice Sandra. En
cinco minutos estamos devorando sabrosos Tacos de carne y ensalada
con el mejor guacamole que he probado en mi vida. “Pongale picante;
no se corte” - le sugiero al tendero. Aquello sabe a gloria, sobre todo tras cincuenta
quilometros desde La Mesa, donde he pasado los ultimos 3 dias. Otros
viandantes se paran y piden tambien sus deliciosos platos para
engullirlos con hambre de varios dias, de pie, en torno al puesto que
atienden dos mujeres y un hombre de sonrisa perenne. Una de las
mujeres elabora las tortillas con extrema habilidad y rapidez.
Observo mi ultimo taco y me imagino el manjar con un buen Merlot de
California. Se me antoja decirlo en voz alta: “Que bueno estaria
esto con un buen vinito tinto”. Se hace un silencio en el puesto de
comida y cuando levanto la mirada todo el mundo me esta mirando. No
se que he dicho mal... no entiendo nada. Sandra me inquiere con tono
severo: “No se comen los tacos con vino; se comen con cerveza”. -
“Ah... perdon”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario