Comenzamos a escalar Los Andes en Bucaramanga, despues de varios dias de incansable pedaleo desde Riohacha. Dejamos atras por fin el alquitran hirviendo de La Guajira para iniciar por fin el ascenso a la principal cadena montanosa de
America del Sur, cuya altura media ronda los 4.000 metros y su punto
mas alto es el Aconcagua, en Argentina. Cerca de aqui, entre Colombia y
Venezuela, termina de arrugarse la tierra que da forma a la gran bestia
de 7.240 kilometros, La Cordillera de Los Andes, que atraviesa siete paises: Venezuela, Colombia,
Ecuador, Peru, Bolivia, Chile y Argentina.
En San Gil, Santander, nos
espera German Palomino, amistad de mi gran amigo espanol Luis Galiana, residente en Nairobi, Kenya, que
nos convida a celebrar la Noche Vieja con su numerosa familia hospedandonos en su casa. Desde Bucaramanga, la capital del departamento
de Santander, la via serpentea angosta por montanas para trepar eterna por marcados desniveles durante dos dias.
La carretera se asienta en un desfiladero donde un trafico tan incesante nos impide disfrutar del entorno, manteniendo nuestra atencion constantemente sobre la apretada via donde los vehiculos, especialmente los camiones, hacen lo que
pueden por apartarse de nosotras invadiendo peligrosamente el carril contrario.
Pedaleamos lentamente bajo un sol
que comienza a abrasarnos el pellejo de tal manera que a las doce del mediodia, con
el agua bajo minimos, debemos abortar la mision y abandonar la via provisionalmente. Bajo el porche de uno de los varios restaurantes
cerrados a cal y canto que nos hemos encontrado y que nos han
impedido reponer liquidos, descasamos en el suelo recostadas contra la pared. Parte del desfiladero se alza sobre nuestras miradas mientras la caravana de vehiculos la envuelve como serpentina hasta la cuspide. Un escalofrio recorre mi cuerpo deshidratado por el arrebato del sol de mediodia. Aun nos queda un largo trecho y ya no tenemos agua ni la conseguiremos en esta quebrada donde las montanas se precipitan al vacio.
Debemos esperar dos horas hasta que el sol se repliegue si
pretendemos subir los veinte kilometros de cielo y nubes que restan para llegar al proximo pueblo, Aratoca. Extraemos de las
alforjas nuestro ultimo as en la manga, un melon que nos hemos
atrevido a cargar dada la naturaleza de la jornada. Normalmente no cargamos
fruta de este calibre hasta que estamos cerca de nuestro destino
porque es como estibar de piedras la bicicleta.
Resecas, engullimos precipitadamente los trozos del fruto
anaranjado abandonandonos al placer de su azucarado liquido. El jugo nos resbala por la comisura de los labios
al tiempo que observamos el rio Chicamocha recorriendo las venas del canon, sobreviviendo a la masiva extraccion de aridos de su cauce.
A las dos de la tarde nos incorporamos a los cientos de vehiculos que participan en la procesion de ascenso al Parque Nacional de Chicamocha. Algunos pasajeros nos
increpan "Animo, hurra, ya lo tienen ! " mientras otros preguntan timidamente lo
de siempre: “dedonde somos, a donde vamos, de donde venimos”
pero no podemos ni responder porque nuestra frecuencia cardiaca es como
la de un colibri sucumbiendo al nectar de una guaria morada a medida que ganamos altura y perdemos oxigeno.
Nuestra agua se termina cuando el astro rey no ha cesado de molestar y cuando damos una curva cerrada y hemos perdido toda esperanza de sobrevivir a ese infierno un hombre ofrece a los viajeros zumo de naranja a pie de carretera aparaguado por la puerta del portaequipajes de su destartalado automovil repleto de termos, vasitos de plastico y frutas. El individuo sonrie bajo un sombrero de banco de junco y su mirada es humilde y amable. Llenamos con ansia los botes y bebemos hasta hartarnos.
El hombre es enorme y cuando hemos apurado el ultimo vasito de zumo nos pregunta si somo creyentes y asentimos
mosqueadas porque esta forma de comenzar una conversacion ya nos
suena depues de haber atravesado durante meses Centroamerica y haber convivido con el fanatismo religioso de
algunas sectas que no vamos a nombrar aquí para no herir
susceptibilidades.
Efectivamente la dialectica del vendedor resulta
como esperamos y nos abandonamos sin remedio a un sermon sobre la
Virgen Maria en medio de Los Andes. El feligres nos da unos folletos
con oraciones de devocion mariana y nos despedimos agradeciendole el
solo hecho de existir y de haber decidido ese dia aparcar en este remoto lugar de Los Andes colombianos.
Llegamos a la entrada del Parque cuando solo falta una hora para que el sol se despida y alguien encienda la luna. Una multitud aguarda impaciente subir al telesferico que sobrevuela la cordillera pendiendo de un cable. Vendedores ambulantes, turistas y empleados transforman la cuspide de la montana en un batiburrillo que rompe la armonia del privilegiado habitat.
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