martes, 5 de abril de 2016

4 de Abril. Adiós Bogotá. (Bogotá - La Mesa)


Fotos Marika Latsone
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Despidiéndonos de nuestro anfitrión en Bogotá, Alejandro Palomino

Salimos de Bogotá con la pena dibujada en el alma. Pocos sitios me han atrapado tanto en tan poco tiempo como la capital de este increíble país, Colombia. Omitiendo el hecho de que la gran urbe es peligrosa según la zona y el horario que escojas, creo que es uno de los mejores lugares para vivir. Por un gran número de razones.


La Candelaria, Centro Histórico de Bogotá. 3 de abril. 
La primera, su clima, fresco y húmedo durante todo el año, ambos en su justa medida, con una media de 13 grados centigrados anual. Sinceramente, después de pasar por el infierno durante un año, atravesando desiertos, selvas y junglas, este el el clima más amable del mundo, la temperatura menos extrema que he experimentado después de Canarias, mi tierra. 

Pero también su vital y alegre atmósfera, sus innumerables barrios coloniales que evocan a las principales ciudades españolas, su fantástica vida nocturna, montones de bares, restaurantes, locales de ocio, gente amable y entusiasta del ciclismo, ciclorutas por doquier _ la segunda ciudad con más ciclistas de América Latina después de Rosario, en Argentina _ convierten a Bogotá en mi un ¨must ¨ para cualquier viajero en Sudamérica. 


Hablando con un fan que nos encuentra en la calle. Bogotá 4 de abril. 

Tuvimos la gran suerte de alojarnos con dos buenos amigos y mejores personas, Alejandro y Ronald. Los costeños nos abrieron las puertas de su casa de par en par durante casi una semana y nos pasearon por los lugares más interesantes de la urbe. Encontrar a quien te mime de esta forma en una ciudad de nueve millones de habitantes donde no conoces ni al Tato y todo te desborda, no tiene precio. Gracias desde el alma, amigos para siempre. 


Plaza de Bolívar, Bogotá, Centro Histórico. 3 de abril.

Por recomendación de otros ciclistas escogemos la Ochenta para salir de Bogotá en lugar de la Autopista Sur, porque nos han dicho que podemos ser asaltadas a la altura de Soacha. Que allí la gente va armada y es demasiado ¨turista friendly ¨. Así que, aunque esta via está en mejor condiciones, elegimos la prudencia y transitamos durante toda la mañana por vías alternativas que dejan mucho que desear por las condiciones de su pavimento, desorden, estado en obras por tramos y ausencia de arcenes,  en medio del caos, la lluvia y el frio... 

Grafitti en La Candelaria, Bogotá. 3 de abril. 
La Carrera 80 se vuelve más aspera a medida que salimos del monstruo de cemento. El trasiego de camiones es insoportable, sobre todo en la subida La Mesa_ Mosquera, tan pronunciada e intransitable bajo la fuerte lluvia que el pedaleo por ella es una pesadilla por momentos. 

Coronamos la cima repleta de bosques de encinas exhaustas, empapadas, heladas y muertas de miedo debido al infernal tráfico de trailers que hemos dejado atrás. Llaneamos durante media hora y después comenzamo el vertiginoso descenso que nos aleja de Bogotá, colgado en los cielos. En otras condiciones climatológicas cualquier descenso pronunciado es un regalo de los dioses, pero hoy, precisamente hoy, caladas hasta los huesos, la bajada nos mata lentamente.



Subida La Mesa_ Mosquera en las afueras de Bogotá. 4 de abril. 

En cuestión de minutos comenzamos a tiritar ya que llevamos la ropa empapada pese a nuestros chuvasqueros y estamos a 13 grados. La niebla se hace densa y tememos que los camiones, que van como locos, nos golpeen y ni se den cuenta. Muevo las manos con dificultad y a penas puedo hablar. Estoy totalmente congelada. 
Bajada de Tena a Gran Vía. Cundinamarca. 4 de abril.

Paramos en la cima de la montaña, a la altura de Tena, en un restaurante con una chimenea, y no nos movemos de ahí durante horas. Tratando de reanimarnos, cambiándonos de ropa para sobrevivir. La camarera nos sirve dos buenos chocolates con leche con arepa de queso derretido que tardo en llevarme a la boca porque no se abre, está trancada del frío. 


Chimenea asesina en restaurante de Tena, Cundinamarca. 3 de abril.

A las dos de la tarde conseguimos mover manos y pies  y cuando nos disponemos a irnos, acurrucadas ante el fuego, uno de los troncos pesados que forman la brasa se parte y cae fuera de la chimenea sobre nosotras. Inexplicablemente, el alboroto de brasas al rojo vivo que llueve sobre nosotras no nos alcanza sino en la planta de mi pie, chamuscándome sólo el calcetín, librándonos por los pelos de un accidente de gran alcance que hubiera resultado en quemaduras de gran importancia. 

Salimos riéndonos del establecimiento. Cualquiera diría que acabamos de escapar de la desgracia. Pero así es la vida del cicloturista, te acostumbras a vivir en el filo de la navaja y ya no te sorprende nada. El peligro es tu compañero y a la muerte la saludas cada día sabiendo que hoy puede venir a buscarte.


Descenso a Gran Vía desde Tena, Cundinamarca. 3 de abril. 
El descenso hasta Gran Vía es uno de los más sobrecogedores de todo mi viaje. De 2500 metros a 1200 en pocos kilómetros, el paisaje varía tanto y tan rápido como si hojeara el último número de National Geographic. De bosques de encinos pasamos a densas y húmedas selvas altas de transición entre nieblas compactas que penden de las montañas. Cuando el sol se despide entramos en La Mesa y terminamos el día contemplando la majestuosidad de la Parroquia de Santa Bárbara, una de las más espectaculares que he visto en el país.

Dormimos en este municipio del departamento de Cundinamarca, en el Hotel Casa Grande  (Calle 8 #17-56 Centro),  a muy buen precio. Excelente servicio y mejor wifi. 

Fotos Marika Latsone
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