En Oxchuc la oferta alojativa es muy deficiente. Optamos por la mejor de las tres “Casas de Huespedes” del pueblo por 150 pesos, con bano compartido, y amarramos las bicis en la barandilla porque la escalera de acceso al piso de arriba parece la escalera de una buhardilla y cuesta subir hasta el alma.
El sitio no nos inspira mucha confianza y nos esforzamos tanto en amarrar bien las bicis que el resultado de la artistica instalacion podria exponerse en un museo contemporaneo.
Alguien enciende la luna y salimos a comer sorteando los primeros tuc-tucs que vemos en America. Transitan con desorden entre la marabunta que deambula por la plaza principal la noche del sabado, recordando a los transeuntes que estan libres a golpe de insistente bocina. Cuando vamos a cruzar una calle se nos atraviesa de subito uno que se planta en frente cortandonos el paso para preguntarnos si queremos taxi.
Buscamos con dificultad un lugar abierto para comer en la avenida principal. Encontramos una humilde cafeteria donde hacen hamburguesas y ordenamos sendos bocados y dos cervezas. “No tenemos licencia para vender alcohol” nos contesta el matrimonio que regenta el bar. “En realidad, muy pocos la tienen en este pueblo”.
Recorremos la calle y oimos musica tras la puerta de un garaje. Le digo a Marika que espere y meto la cabeza por la puerta entreabierta. Un grupo de personas se sienta en una mesa desvencijada charlando animadamente entre sorbos de cerveza, bajo la luz tenue de un bombillo al descubierto que emite sombras chinescas sobre paredes de bloques de cemento. Un borracho sale a recibirnos y aprovecho para pregutarle si podemos comprar cerveza aquí. El joven suelta una sonora carcajada y le grita algo al grupo que bebe en el interior en tzeltal. “Claro, claro, entre senoritas... aquí lo tenemos todo” exclama posteriormente en tono burlesco mientras nosotras salimos por patas en busca de mas suerte.
Regresamos al hotel en tuc-tuc muertas de risa porque el conductor insiste en meter en la parte delantera del taxi “a sus dos chalanes” (colegas de juerga), nos guste o no, y el vehiculo se mueve a duras penas por el empedrado del pueblo, sorteando la algarabia nocturna. De nada sirven mis amenazas de que “o nos llevas solas o no te pago” a aquel jovencisimo conductor que combina a la perferccion el trabajo de conductor de tuc-tuc con la diversion nocturna el fin de semana en compania de sus amigos. En el tuc-tuc todos nos reimos y parece que tenemos una fiesta.
Nos tomamos muy en serio la ultima jornada hasta San Cristobal de Las Casas. Madrugamos como campeonas y a las siete y media le estamos dando a los pedales. El mercado tradicional del pueblo rezuma actividad y no podemos evitar detenernos para introducirnos en el y sentir su vibrante energia.
Las mujeres indias de la etnia tzeltal preparan sus puestos de tomates, papas, duraznos, rabutanes, limas, chiles de todas las clases, barbacoas de pollo y de res, dulces tradicionales, platillos mexicanos... Algunas mujeres le dan el pecho a sus bebes envueltos en sus huipiles y blusas negras. La presencia de los hombres es menor y no llevan vestimenta tradicional.
Hacemos 45 kilometros infernales hasta San Cristobal de Las Casas. Las pendientes son prolongadas y extremas y nuestras piernas se colapsan en varias ocasiones. Es la primera vez que veo a Marika tan abatida.
Tenemos que pararnos a descansar varias veces, momentos que aprovechamos para contemplar el el escarpado y magico entorno que nos regala el Altiplano Central de Chiapas frio y brumoso, donde el tiempo se desliza como las nubes en las montanas y sus habitantes viven a su propio ritmo, tratando de congeniar el progreso con sus propias culturas y tradiciones.
Las comunidades indigenas, descendientes directos de los mayas, que viven apostadas en la carretera, son increiblemente amables y las mujeres y los ninos nos regalan sonrisas. La pobreza es latente. Sin embargo, advertimos un ligero resurgir economico en el area, dado el gran numero de obras de construccion que se promueven a ambos lados de la carretera.
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