
Entramos en un establecimiento ubicado en un edificio rehabilitado de la epoca de la Compagnie du Boleo de corte colonial frances. Su interior nos traslada inmediatamente a la vida en la mina a finales del siglo XIX y all pequeno universo disenado por los franceses concesionarios. Grandes fotografias del momento con los autenticos protagonistas intimidan nuestras miradas en un lugar que ademas de reposteria europea regala historia por los cuatro costados.

Subimos en coche la atalaya que vigila la profunda herida en la montana, en donde se extiende el pueblo hasta acariciar el oceano, y contemplamos extasiados el ocaso, apurando nuestros glaseados de chocolate y nata. "Cuanto tiempo hace que no comes pastel?" - pregunta Enrique.
Al dia siguiente pedaleo por el litoral la mayor parte del tiempo y, cuando llego a Bahia Concepcion, el paisaje me roba el alma. Permanezco varios minutos colgada en la montana llenandome de las imagenes paradisiacas de un habitat inalterado, tan espectacular que me cuesta asimilar. El mar es un lago de aguas turquesa que acarician con delicadeza las blanquisimas arenas dibujadas en la costa sembrada de manglares.

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