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Hoy 27 de febrero amanece nublado a orillas del Río Blanco. La mañana es fría y sosegada. El sonido de la corriente de agua tranquiliza hasta las mentes más desequilibradas. Dos hombres cruzan el río a caballo empuñando cañas de pescar.
Salimos
tarde. Otro día más menos motivadas que Santa Claus en enero.
Iniciamos un duro ascenso en dirección al Parque Nacional Cerro
Castillo. La carretera está pavimentada pero las cuestas son muy
ascendentes y los fuertes vientos cruzados en la zona nos dejan sin
tregua. El bosque autóctono se hace cada vez más presente, al igual
que las señales que anuncian la presencia del huemule en la zona, el
ciervo andino por excelencia, en peligro de extinción.
Llegamos a
duras penas al camping oficial del Parque, a orillas de la Laguna de
Chiguay, la joya natural de la reserva, junto al cerro Castillo (2.675
metros de altura). Pagamos 5.000 pesos ($7.5 USD por las dos) por una de las escasas
parcelas techadas, y menos mal que alcanzamos a llegar temprano,
antes que otros, porque si no hubiéramos tenido que acampar en
pleno bosque sin un techo donde resguardarnos de la lluvia (y que te ocurra esto en un camping que pagas es tirar el dinero). El clima
de la reserva nacional Cerro Castillo es de estepa fría y
continental andino y las temperaturas son muy húmedas y bajas
incluso en verano.

Debido al
clima, la leña está húmeda, y la letona se toma su tiempo para
lograr una llama viva en la vetusta caldera. Por ahora compartimos
las instalaciones con ocho europeos que llegaron antes que nosotras
(cuatro suizos que viajan en RV o Autocaravana, 2 mochileras francesas y otros dos
cicloturistas polacos), y hasta ahora nadie se ha tomado la molestia
de encender el fuego y mantenerlo. “La ducha está lista” me
inquiere Marika, asomando de súbito por un costado del refugio.
Mientras toma el relevo en la cocina, me dirijo a la tienda de
campaña para coger mis enseres de baño y observo cómo uno de los
suizos sale de la RV con una toalla en la mano y corre como una rata
sigilosa a la ducha para ocuparla.
Observo anonadada la escena, más propia del último capítulo de
"Keep Calm and Maricón el Último", y dibujo en mi mente dos clases de turistas bien diferenciados. El cicloturista o mochilero, que se funde con la realidad de un país, conviviendo con las diferentes culturas, compartiendo, aprendiendo e incluso aportando a la comunidad, y el turista atila, que viaja por pocos días y le da igual todo. Por supuesto, no todos, todos, todos los turistas que no van en bicicleta o con una mochila a cuestas son así, pero hay un amplio sector de visitantes tocapelotas que no tiene escrúpulos, que no respeta al prójimo, deja su basura y es, en definitiva, peor que el mítico caballo del rey de los hunos, Atila: "Yo soy el martillo del mundo. Donde mi caballo pisa no crece hierba"
Es el turista que se extrapola por pocos días de su
miserable realidad y viaja sin tiempo para sentir el lugar y conocer
a los habitantes y aprender de ellos. Deberían prohibirlo...
El guarda del
parque nos anuncia que se espera un temporal para los próximos dos
días. La letona y yo nos miramos decepcionadas, porque no tenemos
ropa cien por cien impermeable como para pedalear bajo la lluvia a
tan baja temperatura y lo vamos a pasar muy mal. “Creo que debemos
esperar a que el temporal amaine” reseño. Marika hace un mohín y
calmadamente, como es habitual, se opone. Quiere pedalear bajo la
lluvia y el gélido frío por tres motivos: se ha criado cerca del
Polo Norte y está acostumbrada a helarse, lleva el sufrimiento
impreso en sus genes y ayer se le rompió la cámara de fotos y
quiere llegar al pueblo Cerro Castillo cuanto antes para mandarla a
Santiago de Chile a la mayor brevedad posible.
Pero si hay
algo que he aprendido en este periplo, es a actuar con precaución y
a no apurarme. Vale más perder un par de días que perder la última dosis de motivación rozando la hipotermia. “Lo siento Marika, pero últimamente estoy muy débil
y no puedo poner mi cuerpo al límite otra vez. Si quieres vete tú
y yo te alcanzo más adelante”, espeto.
Mi debilidad
ha aumentado en los últimos días. Subir una cuesta con la bicicleta
cargada me cuesta horrores y mis dolores de espada son cada vez más
frecuentes. Además, desde que Allison partió, mi relación con
Marika ha vuento a empeorar. La letona se ha puesto muy triste y de
mal humor otra vez. Intento animarla y motivarla sin éxito y
ponernos de acuerdo se hace cada vez más difícil. A veces siento
que tiro de un carro demasiado pesado para mí.
Por la noche
sueño que caigo al vacío, sin estamparme jamás contra el suelo.
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