viernes, 28 de octubre de 2016

El Salar de Uyuni nos es como lo pintan, es mejor.

27 de Octubre. Salinas de García Mendoza – Tahua


Nos despedimos de Roger Pérez, el dueño del hotel Camana Inn de Salinas Garci Mendoza, el ángel que nos vino a rescatar en mitad del desierto hace un par de días,  y salimos otra vez a la aventura. También nos despedimos de dos norteamericanos que pedalean desde Alaska. Son de California y no tienen más de veinte años y también se alojan en el hotel. Compramos pan de quinoa en la tienda aledaña y ponemos rumbo hacia el Salar de Uyuni con la satisfacción y la emoción de saber que mañana lo "nadaremos" por fin.



Una carretera de tierra nos conducirá al pueblo de Tahua, la población más septentrional del gran desierto de sal, coronada por un volcán enorme.

La vía es off road pero comienza siendo relativamente cómoda unos veinte kilómetros. Después, la arena y las cuestas nos obligan a empujar nuestras bicis en tramos cada vez más frecuentes, lo cual no sería un problema si no estuviéramos a 3730 metros sobre el nivel del mal. 

Mi corazón se desboca con frecuencia y la única forma de controlarlo es descansando cada vez que ejecuto un gran esfuerzo. Nuestras bicicletas son muy pesadas y se entierran con facilidad en la arena que cubre gran parte de este segundo tramo debido a la gran afluencia de vientos fuertes en las últimas semanas en la zona.



Pero no sólo me detengo habitualmente para descansar, también para contemplar boquiabierta el espectacular ecosistema que rodea el Volcán Tunupa, que tiene una altura de 5.432 metros, rodeado de salar y de formaciones rocosas. El contraste cromático del lejano blanco del mar de sal y las cobrizas tonalidades de las formaciones rocosas del entorno del volcán nos transmiten a otra dimensión. En ocasiones me pregunto si es que recorro otro planeta.

El tráfico es prácticamente nulo y en todo el día sólo vemos pasar un par de camionetas y algunas motos. Esta vez el desierto es auténticamente nuestro. Nos sentimos libres y seguras en aquel entorno desolado y misterioso, donde no vemos a nadie. 

De vez en cuando pasamos por pequeñas aldeas pero no vemos a absolutamente nadie. Ni siquiera un perro nos sale a ladrar. Nos preguntamos dónde está todo el mundo! Sólo encontramos a un señor de avanzada edad sentado con unos pequeños prismáticos en la puerta de su casa. Junto a la vivienda hay una furgoneta Wolskwagen hippie antigua desvencijada de color verde claro, la furgo de mis sueños. Le pido a Marika que me haga una foto junto a aquella maravilla tan oxidada por el tiempo. Estamos a 22 km de Salinas y el señor nos señala dónde está Tahua. _Detrás de aquel cerro, _indica. _Todavía tienen unas tres horas de camino, _sentencia.

Tres horas de camino?, Pero si está ahí mismo, le digo al viejito. Pues tardamos justamente eso, tres horas en en llegar a nuestro destino, debido a los arenales, las subidas y la altura. La vejez y la sabiduría, aprueba una vez más. 



Por el camino tropezamos con numerosas manadas de llamas que se cruzan en la carretera y se nos quedan mirando extrañadas en lugar de huir. A veces me detengo a hablar con ellas y yo diría que me entienden, "Marika, mira, esta me acaba de decir que sí con la cabeza". Marika hace un mohín de resignación y sigue pedaleando mientras yo permanezco de cháchara con la llama que no me deja terminar y acaba retirándose y bajando la cabeza para continuar rumiando hierba.



A las 3.00 de la tarde coronamos la montaña que rodea Tahua, localidad a orillas del mar de sal que pertenece al departamento de Potosí. Contemplamos maravilladas el pueblo que se funde con desierto de sal. Los ocres y los verdes del entorno irregular donde descasa la localidad se mezclan de súbito con el blanco azulado de la sal del desierto plano como un mar de agua. 

Por fin encontramos algunos habitantes en un pequeño pueblo, tarea nada fácil desde Santiago de Huari hasta aquí. Saludamos a los lugareños mientras pasamos por la plaza principal y buscamos algún hospedaje sin éxito. Bueno, Marika, nos va a tocar acampar en alguna parte del pueblo.


Pero tenemos un hambre voraz y se nos antoja cocinar en medio de la calle porque no podemos pensar con el estómago vacío. Nos sentamos en una acera y sacamos el pequeño menaje de camping y algunas viatuallas y en quince minutos estamos devorando un arroz a los cuatro quesos instantáneo que nos sabe a gloria ante el asombro de la población indígena que transita la vía.  


Aventura Patrocinada por el Café del Mundo de Tijuana, BCS, México
Fotos Marika Latsone
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