martes, 18 de agosto de 2015

15 - 16 Agosto. 2015 Odisea en Guatemala...

“Guate-cuesta”

Thommas y Gabe se han ido ayer. Se llevaron un trocito de nuestro corazon con ellos. Cuando pedaleas en grupo la convivencia diaria te hace encarinarte con los miembros de tu grupo, por muy antagonicos y diferentes que seamos. El ultimo dia de pedaleo lo hemos pasado genial, pese a que el trayecto hasta Huehuetenango fuese duro.

Marika y yo disfrutamos de nuestro ultimo dia de hotel de cinco estrellas envolviendonos en las sabanas limpias e impolutas de nuestras respectivas camas de doble cuerpo, en una amplia habitacion  que compagina con gusto la elegancia del estilo clasico con el contemporaneo. Tonos marrones y muebles de madera de formas capituladas, respaldos altos y decoraciones trabajadas, propias de las alcobas clasicas, conviven en armonia con lamparas, puertas y elementos decorativos propias del estilo moderno. Una puerta corrediza de cristal comunica con un balcon que nos regala una hermosa vista del caos y la marabunta, propio de las urbes guatemaltecas, que se extiende entre las heridas de las montanas.

Queremos experimentar la sensacion de sentirnos como personas por ultima vez, rodeadas de limpieza y orden, porque ya no sabemos cuando el destino nos brindara con otra oportunidad asi. A partir de ahora dormiremos en hoteles de mil estrellas – la tiendita de campana -  o, en el mejor de los casos,  sin estrellas – moteles de poca monta - . 

Por la manana partimos hacia Quiche con pena.. No queremos abandonar el lujo tan rapido. A partir de ahora nos esperan noches a la sombra de un parque de bomberos o en moteles sin nombre. Sin mencionar los escarpados trayectos tipicos de Guatemala – que yo llamo “Guatecuesta” - que le revientan las piernas a cualquier maillot amarillo.

La salida de la ciudad es un presagio de lo que viene despues. Las ascendentes son tan pronunciadas que tengo que bajarme de la bici varias veces para empujarla a duras penas montana arriba.  Por mi cerebro pasan imagenes del inventario que llevo abordo con el fin de catalogar aquello de lo que debo deshacerme y que no es imprescindible.

Cielo santo. Pensamos que “la pared” finalizara en algun momento, en cuanto nos alejemos de la ciudad. Nada mas lejos de la realidad. Se nos pasa el dia y solo hemos recorrido unos 25 kilometros debido a tanta cuesta, montana, “pared”  y “escalera hacia el cielo”.

Estamos a 2.000 mmetros de altura y el aire no me llega a los pulmones. Tengo que descansar innumerables veces porque mis niveles de hemoglobina son bajisimos, debido a que mi organismo esta acostumbrado a las grandes cantidades de oxigeno por mi procedencia costera.  Marika esta mas fuerte que yo – nos llevamos diez anos de siferencia - y va siempre por delante. No en vano, viene a mi encuentro en muchas ocasiones para ayudarme a arrastrar a Susan hasta las nubes.

Nos sentamos en una  cafeteria colgada en una montana para comernos una hamburguesa y contemplar abrumadas desde la distancia el infierno contiguo; nuestro objetivo siguiente es una montana tan escarpada que no entiendo como se llego a pegar al suelo el alquitran el dia que hicieron la carretera. Tragamos poco a poco los trozos de carne con pan. Lentamente y en silencio. Observando desde el natural balcon sobre el rio la carretera que rodea en ascendentes pronunciadas, como una cascara de naranja recien cortada, nuestra proxima montana. Como minimo nos esperan dos kilometros de “pared” con la “casa a cuestas”. Ya tenemos el azucar por el suelo y aun no hemos hecho ni la mitad del recorrido. Seguimos en silencio, rumiando el pan, la ensalada, la cebolla, el tomate, la carne de res, la salsa picante... silencio aparente... improperios en mi interior a todo lo que me rodea. Maldita la hora que no me fui a Cacun a surfear las olas del mar del Caribe... demasiado tarde para lamentarse...

Una hora despues estamos pedaleando por la “cascara de naranja recien cortada” como dos campeonas. Pero en la primera vuelta mis piernas flaquean y tengo que desmontar a Susan para volver a arrastrarla por aquel infierno.

Nos cuesta al menos una hora y media llegar al final de aquella tarta de bodas y, cuando lo conseguimos, el terreno desciende unos metros para volver a precipitarse hacia los cielos. Las nubes de plomo avanzan bajo el sol ardiente, la tarde tambien avanza. Las unicas que no avanzamos somos nosotras.

Llegamos a la degollada entre dos montanas y decidimos pararnos en un “Abarrotes” (un mini mercado en Mexico  y Guatemala) para comprar agua y refrescos. Avergonzada, le digo a Super Marika que estoy hasta los ovarios, que me duele la espalda, que no me siento la pierna izquierda y que hoy no llegamos a Quiche ni con un motorcillo en la bicicleta. “Yo me quedo aquí, Marika, lo siento”.

Habiamos planeado llegar a Quiche hoy, pero careciamos de la informacion exhaustiva de la naturaleza del terreno en este trayecto, debido a que no figura en las apps que utilizamos para comprobar el relieve. Google Maps no muestra relieves desde Mexico y debemos hacer uso de apps complementarias. Pero estas remotas tierras no figuran ni en las website mas especializadas. Asi que a partir de ahora debemos preguntar a la vieja usanza a todo quisque antes de emprender una aventura si no queremos morir en el camino.

Preguntamos a una viejita si nos deja dormir en su terreno y nos invita a acampar en la puerta de su casa. A mi estas latitudes me da buen rollo y le sugiero a Marika que nos escondamos en algun bosque y acampemos solas, pero la letona no cree que sea buena idea, y eso que es una gran aventurera. “No hay que fiarse”, espeta. Aunque Guatemala tiene menor indice de delincuencia que Mexico, la sensacion de inseguridad es latente y acampar en medio de la nada es un riesgo innecesario. Lo que no quita que no nos muramos de ganas de dormir bajo las estrellas en estos paisajes propios de una pelicula de James Cameron.

El hijo de la viejita nos permite cocinar en su casa, aledana a la de su progenitora, y hervimos el agua para los nuddles en una cocina de lena. Mezclamos los nuddles con atun, salchichas y tomates que hemos comprado en la tienda “Abarrotes” y devoramos la improvisada comida con hambre de tiburon tigre a la caza.

La otra viejita del equipo, es decir, yo, comienza a cabecear de sueno, y a las siete de la noche esta roncando bajo su saco de dormir, justo cuando las primeras gotas de lluvia comienzan a golpear el techo de nuestras tiendas de campana  para que el cielo de desempiedre posteriormente sobre la montana durante toda la noche. El frio, la lluvia y la humedad son ingredientes idoneos para un buen descanso dentro de un buen saco de dormir.

Intoxicada

Nos despedimos por la manana de la entranable familia de las montanas guatemaltecas y ponemos rumbo al inalcanzable Quiche. Maria, la amorosa viejita,  nos ha dicho que mas adelante, no muy lejos, descansa una aldea con una plaza donde se celebra hoy una feria. Decidimos aplazar el desayuno y alcanzar el mencionado enclave rural para comer mejores bocados que nuddles y atun. Pero no tenemos en cuenta que, para esta gente,  “aqui al lado” puede significar muchas cosas menos cerca y, del lugar en cuestion, nos separan diez kilometros de cuestas bestiales sin nada en el estomago y con una sensacion corporal extrana, en mi caso, desde que ha amanecido.

Llegamos de milagro al “Everest Camp” guatemalteco y, a punto de perder el conocimiento, ordenamos unos sandwiches en una cafeteria. Marika los devora al instante pero yo me tomo un tiempo y no entiendo por que. Se supone que estabamos muertas de hambre. Pero la comida me baja con reservas por el gaznate, al tiempo que empiezo a sentirme mareada. Cuando hemos terminado, la cabeza me da vueltas y tengo unas enormes ganas de vomitar. Aguardamos un rato pero no mejoro.

Decidimos ponernos en marcha, caminando a paso ligero entre la marabunta y el ruido, para que me baje la comida. Los habitantes no son muy amables y nos sentimos como dos extraterrestres en aquel mundo extremadamente rural. Desde Huehuetenango la simpatia y hospitalidad brillan por su ausencia y, exceptuando algun que otro espontaneo en coche que se para para saludarnos, la poblacion no es muy amiga de los forasteros.

Llegamos de milagro al “Everest Camp” guatemalteco y, a punto de perder el conocimiento, ordenamos unos sandwiches en una cafeteria. Marika los devora al instante pero yo me tomo un tiempo y no entiendo por que. Se supone que estabamos muertas de hambre. Pero la comida me baja con reservas por el gaznate, al tiempo que empiezo a sentirme mareada. Cuando hemos terminado, la cabeza me da vueltas y tengo unas enormes ganas de vomitar. Aguardamos un rato pero no mejoro.

Decidimos ponernos en marcha, caminando a paso ligero entre la marabunta y el ruido, para que me baje la comida. Los habitantes no son muy amables y nos sentimos como dos extraterrestres en aquel mundo extremadamente rural. Desde Huehuetenango la simpatia y hospitalidad brillan por su ausencia y, exceptuando algun que otro espontaneo en coche que se para para saludarnos, la poblacion no es muy amiga de los forasteros.

Llegamos a la primera curva, a la salida de la aldea, y tengo que parar. Me siento fatal y estoy a punto de vomitar. La cabeza me da vueltas y no tengo fuerzas. Descanso un poco y reanudamos la marcha montadas en las bicis para probar. Me cuesta horrores pedalear. Cuando subimos una cuesta – para variar – oigo un lamento de Marika que pedalea, como siempre, por delante. Su cadena se ha partido.

La letona repara su cadena y yo me acuesto boca arriba en la cuneta de la calzada porque me siento fatal. Me debato entre el vomitar de una maldita vez, y el aguantarmelo todo, todo, todo,  lo que pueda,   porque odio el sabor de la bilis en la boca y los tropezones en la nariz. En realidad, es una de las peores cosas en esta vida. Prefiero sostener una cucaracha entre mis dedos.  La temperatura del cuerpo me sube. Marika quiere reanudar la marcha de nuevo, pero yo no puedo dar un paso mas.

Decidimos parar alguna pick-up y pedir ayuda, pero no pasa ningun vehiculo. La ausencia de trafico es uno de los rasgos mas caracteristicos de los paises muy subdesarrollados. La poblacion no puede permitirse ni un automovil. A lo sumo, una moto. Por eso se ven tantas en Guatemala.

Esperamos un buen rato y surge de la nada un transporte colectivo. Los paramos y les pedimos ayuda. El conductor y el ayudante acceden a llevarnos hasta Quiche y en un minuto han subido las dos bicicletas con los equipajes al techo de la desvencijada furgoneta. Nos apretamos al fondo entre los pasajeros y paso uno de los peores momentos de mi vida. Marika me sujeta la cabeza y yo intento no vomitarle encima a la senora del asiento delantero, quien viste el colorido traje tipico tradicional de los pueblos mayas de Guatemala. Rociar a aquella representacion de la riqueza cultural del pais de trozos de  carne y ensalada agrios y de color amarillo no entra en mis planes.

El viaje es un autentico infierno. La furgoneta da tirones y nos lanza contra los pasajeros. Tengo los ojos cerrados y me concentro en la respiracion para no vomitar. La carretera pierde el asfalto algunos kilometros y los baches nos hacen dar tantos saltos que tememos por nuestras bicicletas y alforjas, ya que desconocemos si las han amarrado adecuadamente en la parte superior del vehiculo. Por momentos, parecemos los ingredientes de un batido, introducidos en un vaso y agitados tantas veces que el producto se ha tornado en un mousse de forasteras al fino sudor del Altiplano guatemalteco.

De los paisajes de fantasia del Altiplano Occidental de Guatemala nos sumimos de nuevo en el caos, ruido y desorden de la urbe. Para mas inri, Santa Cruz del Quiche esta de fiestas patronales y la algarabia siembra todos los rincones de la capital del departamento situado en la region noroccidental del pais. Cientos de personas transitan por sus caoticas calles, la mayoria ataviados con la vestimenta tradicional, una de las mas atractivas de America Central, por su combinacion de motivos indigenas, espanoles, precolombinos y detalles religiosos y artisticos.

Algunos viandantes portan gallinas, otros cargan lena, flores, baratijas, y otros simplemente pasean con la familia entre el folklore, la bachata, la cumbia, “clasicos de siempre” como “que lindo es tu cucu”, “mami que sera lo que quiere el negro”, “se la llevo el tiburon” y los aullidos de “Mr. Worldwide II”,   Julio Iglesia Junior... que lo escuchan hasta los habitantes de las selvas mas remotas de Mozambique.

Marika me sienta en un  portal de una vivienda cualquiera, frente a la plaza principal,  donde no tardo ni un segundo en recostar mi cabeza en el quicio de la puerta, abatidisima por el tortuoso viaje,  mientras arma las dos bicis y sale en busca de un hotel. Entretanto, permanezco con un ojo abierto, como los delfines cuando duermen,  porque el lugar no me inspira mucha confianza,  y siento en la piel a los amantes del hurto en la distancia, entre la fragancia del humo de los coches, la barbacoa de chorizo y la polvora recien chamuscada de los fuegos artificiales.

Pasamos dos noches en un HCC ( hotel cutre centrico ) debido a mi intoxicacion alimentaria, sobre una algarabia sin precedentes que dura dia y noche. Voladores, cumbia, salsa, bachata, bocinas de vehiculos, ruidos estridentes de motores rectificados, gritos y la tufarada propia de unas fiestas patronales sin normativas municipales, donde todo el mundo es libre de hacer lo que le da la gana a cualquier hora, y a la que se une la campana electoral de los proximos comicios del 6 de septiembre en Guatemala.  Voladores a la una, las tres, las cuatro, las cinco de la manana, publicidad sonora proveniente de vehiculos anunciando elotes, tortillas ricas, comedores, discotecas, electrodomesticos, muebles, cochinos a buen precio.... a cualquier hora …. Hasta que mi cuerpo vence la contienda de bacterias y germenes rebeldes, mas por la desesperacion por salir pronto de aquel infierno de estruendos que por la fuerza de un sistema inmunitario fuerte, habida cuenta de la continua actividad deportiva.

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