Fotografias: Marika Latsone
En este pueblo fronterizo con nombre de narcotrafiante, Cara Sucia, tengo la sensacion de encontrarme en un gran pais. Desde Mexico, no habia tenido tan buenas vibraciones sobre un lugar y su gente. En realidad, mi vida se habia vuelto ligeramente aspera en Guatemala. Tanto que temblaba ante la idea de encontrarme sola entre la gente de mis suenos. Caras sonrientes de nuevo, amabilidad y algo fundamental para ser feliz: comida servida por doquier, en un marco incomparable. Creo que El Salvador es mi pais y ademas, me siento segura, a pesar de su mala prensa.
Perdemos altura desde la frontera y la selva se vuelve alta y espesa, evocandome algunos paisajes idilicos de Zanzibar, Tanzania, donde pedalee el ano pasado. Amplios arcenes invadidos por decenas de bicicletas pedaleadas por ninos y adultos, pero sobre todo por ninos uniformados, limpios y repeinados, como recien salidos de una pelicula norteamericana de los sesenta.
Es precisamente lo que hago cuando veo el mar por primera vez desde el horripilante Coatzacoalcos en el Golfo de Mexico. "Silence" para oir su rumor sobre las piedras. Ahora es el Pacifico y es hermoso. Contemplo en silencio su infinidad desde una colina cercana a Mizata. Respiro profundamente el aire humedo que huele a marisco y sal, permitiendome unas lagrimas de alegria. He aparcado a Susan Sarandon sobre un risco bajo el cual las olas se deshacen. Quiero dejarme resbalar por la roca y caer sobre las calidas aguas del Pacifico para que me atrape y me lleve con el.
En Mizata descansamos en un desvencijado y barato hostal para surferos, bajo la sombra de la selva y la amenaza constante de los mosquitos. Pese a lo descuidado del lugar, el entorno es privilegiado y nos abandonamos al placer del balanceo en las hamacas que cuelgan en el porche, y al irremediable pitido
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