martes, 28 de junio de 2016

21-26 de Junio. El Amazonas Ecuatoriano. (Loja - Zumba)

Fotos Marika Latsone
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El Turismo y la Pérdida de Identidad. (Vilcabamba – Yangana)

Dani, Bibiana y los niños atrapan mi corazón. Ecuador no ha sido un camino de rosas. Ni geográficamente ni moralmente. Afortunadamente hemos encontrado a gente muy amable por el camino, pero lo habitual es que el ecuatoriano no sea de trato abierto y hospitalario. Su visión del foráneo, sobre todo del europeo y del norteamericano está empañada por el turismo y el dólar americano. Esta es mi humilde opinión personal, vertida sobre mi más humilde blog. Un espacio donde escribo lo que pienso y siento y donde no tengo que dar explicaciones a nadie porque esta es como MI CASA, y en mi casa EXISTE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN desde hace años, un término con el que algunos aún no están familiarizados.



A ver. Para ser más claros: En mi casa digo lo que me da la gana. Sin ánimo de ofender, aunque si ofendo, lo siento pero no puedo PRETENDER GUSTAR A TODOS NI DECIR LO QUE USTEDES QUIEREN ESCUCHAR. No trato de ofender a la gente, sino expresar cómo me siento y cómo me sienta la vida, que a veces no es muy fácil, y más sobre una bicicleta. A aquellos a quienes no les guste lo que digo en MI ESPACIO, les invito a que no me sigan, o no me lean, porque cada uno es libre de hacer zapping e irse a otro canal si le da la gana. 

Esto no es el Washington Post ni el New York Time, es Solaenbici, mi humilde blog, una hoja en blanco destinada a escribir mis pensamientos y emociones diarias. Así que no le tengo que dar cuentas a nadie, gracias a Dios, ni como periodista ni como persona. Y al que no le guste, que se compre un Chau – Chau, en caso de que se aburra, y se deje de fastidiar.


Allá a donde hemos ido nos han doblado y triplicado los precios de alojamiento, comida, ropa y cualquier cosa que quisiéramos comprar, y sin negociación posible. Es uno de los pocos países que he visitado donde la negociación no cabe y el comerciante prefiere no ganar absolutamente nada que ceder en un negocio por puro orgullo. El orgullo puede ser bueno y puede ser muy malo. por un lado, del orgullo NO SE COME,  y por otro, a veces nos paraliza y no nos deja avanzar y evolucionar.  Y para muestra de ausencia de sentido común generalizada, un botón: ¿¿Como coño se les ocurre venderle el petróleo de por vida a los chinos??? Por muy desesperado que esté el Gobierno ecuatoriano, endeudado hasta la médula, ¿No había otra salida, amigos? ¿No podían haberles vendido madera para que nos les falten palillos chinos en el chopsuey de pollo de por vida?


Tampoco verás a un comerciante que se equivoque y rectifique o se disculpe, una característica idiosincrática que afecta sobremanera a la atención al cliente por lo general, de dudosa calidad en este país.  A pesar de todo, es un país maravilloso, con una gran biodiversidad, muy seguro y muy desarrollado para la fama que tiene, donde hemos encontrado gente increíble, pero la cosas como son. El dólar y el turismo norteamericano han cambiado al ecuatoriano y la hospitalidad desinteresada y sincera, valor indígena muy arraigado en el país antaño, van dando paso a la especulación y la picaresca.

Además, el país necesita urgentemente una política de precios, al igual que Colombia, y que el Gobierno exija al empresario una LISTA DE PRECIOS pre establecida para no discriminar al cliente por razón de sexo, raza, color de piel, color de pelo, color de bicicleta, si me cae bien o me cae mal, si lleva el pelo recogido o no, si parece millonario o no...

No obstante, en Yangana encontramos un tesoro: la amistad sincera y desinteresada de Dani y Bibiana, que conocemos en la puerta de la parroquia de Yangana, fundada en 1749 por el misionero Fernando de La Vega. Insisten en acogernos en su humilde casa para que pasemos la noche. Dani aparece en el momento más apropiado, cuando estamos a punto de hablar con el párroco nigeriano para que nos deje acampar en el huerto del templo. Viene con un niño en brazos, el pequeño Pablito. Pablito es muy pequeño para su edad y a penas puede moverse debido a una parálisis cerebral de nacimiento. La escena nos conmueve, por Pablito y por su padre, Dani, quien lo cuida con una ternura que no he visto en mucho tiempo en un hombre. Nos dice que aguardemos un rato a que venga su mujer, Bibiana, y ésta aparece después de media hora con sus dos otras pequeñas, Daniela y Nicole, dos hermosuras de menos de nueve años. Juntos partimos hacia su hogar, a las afueras del pequeño y hermoso pueblo en el regazo de la Cordillera de Los Andes.

Viven en una casa muy humilde colgada en una montaña, rodeados de naranjos, duraznos, plataneras y exóticas variedades de plantas. Nos prestan una austera habitación y nos ceden el colchón donde duermen las niñas para ellos apelotonarse los cinco en la cama matrimonial.

 Dani nos hace la comida mientras Bibiana cuida de los niños, algo inaudito en la cultura Latinoamericana, donde lo normal es que el hombre no de palo al agua en las labores del hogar ni en el cuidado de los niños. Dani también lava la ropa y cose, según su esposa, y eso ya nos deja fuera de juego, porque Dani tiene todos los puntos para ser el prototipo de macho mein latino, ya que ha sido militar toda su vida y se ha criado en un mundo de machos muy machos. Siento una envidia sana por aquella familia tan ideal, tan amorosa, tan enamorada entre ellos.


Atravesando los Bosques Nublados de la Reserva de la Biosfera Podocarpus. (Yangana – Valladolid)


Iniciamos la jornada tardísimo, a las 9.30 de la mañana. Siempre nos ocurre esto cuando damos con un buen sitio donde nos quieren de verdad. Sin quererlo buscamos excusas para retrasar la marcha, aunque no nos conviene retrasarnos dado lo que nos espera: atravesar el Parque Nacional Podocarpus para acercarnos a la frontera con Perú. Una auténtica animalada físicamente.

El día anterior, mientras buscábamos un lugar para acampar en el pueblo, los locales nos alertaban de las grandes cuestas que nos esperaban, pero sin una idea real de las distancias, como suele pasar siempre, porque la gente se mueve en coche y sólo el que pedalea las carreteras tiene una idea exacta de las distancias porque las sufre en las piernas.

Así que salimos pensando en que sólo subiremos durante 12 kilómetros, pero los 12 se convierten en 30 kilómetros cuesta arriba en unas condiciones durísimas. A veces las pendientes son tan ascendentes que es imposible pedalear. Debemos hacer múltiples paradas para descansar y tomar alimentos porque la exigencia física es exagerada. Cuando alcanzamos los 3.000 metros de altura la buena climatología del inicio desaparece para dar paso a nieblas muy densas y vientos helados.


No en vano, el paisaje es sobrecogedor. Uno de los más maravillosos que he visto en mi vida. Parámamos de altura bañados por infinidad de cascadas, bosques nublados en vertical que acarician el cielo de nubarrones veloces empujados por fuertes vientos. Desde los doce kilómetros hasta los treinta hay mucho tiempo para pensar cuándo demonios terminan las aterradoras cuestas. Prácticamente en todas las esquinas soñamos con que termine la pesadilla. Pero no. Otra pared, y otra, y otra. Mientras tanto, nos entretenemos leyendo la señalética de vida salvaje en el área. "Reduzca la velocidad por la posibilidad de que cruce la vía el Oso de Anteojos". Y yo me pregunto si entre tanta niebla se me va a aparece un oso con gafas y de una zarpazo me va a devolver a Yangana. Pero no vemos sino agua que supuran las heridas de aquella maravillosa tierra, abastecida por cuatro ríos binacionales que abastecen de agua a casi dos millones de personas en Ecuador y en Perú, como si la montaña fuera un glaciar deshaciéndose con el cambio climático. 



Casi al final del día, a los 30 km aproximandamente, cuando las durísimas rampas que nos hacen la vida imposible están a punto de terminar, nos encontramos un río que cruza la carretera. Tengo que descalzarme para introducirme en él con mi Susan Sarandon. El agua está tan helada que duele la piel. Camino con miedo por un lecho de piedras pulidas donde se precipitan las aguas diáfanas. Cuando llego a la otra orilla veo que Marika lo intenta cruzar sin descalzarse dando saltitos por unas escasas enormes piedras blancas y redondas como huevos prehistóricos. Estoy a punto de desternillarme de la risa. A la Letona se le acaban las piedras y se atasca en una crítica área de aguas bravas. Debo regresar a ayudarla porque está a punto de caerse al río con bicicleta y todo y empaparse por perezosa. Lo más fácil hubiera sido descalzarse y dejar que el agua helada le acuchille los pies, como yo hice. Pero Marika Latsone siempre tiene que morir con las botas puestas. Dicen que la gente de Letonia es muy tenaz y no se rinde fácilmente. Vamos de los que la siguen hasta que la consiguen. Marika es un claro ejemplo de la idiosincracia de esta parte de Europa del Este, recién adherida a la UE. Un pueblo que auguro adelantará a España en desarrollo económico en cuestión de una década, sólo por carácter emprendedor, fuerte y persistente


Depués de unos 32 kilómetros comienza la auténtica cuesta abajo, aquella que habíamos escuchado hace horas a los del pueblo, aquella con la que habíamos soñado tanto tiempo. Pasamos por derrumbes en la vía causados por la lluvia persistente, carreteras de hormigón hechas un desastre, vías sin asfaltar cada vez más frecuentes, troncos atravesados, fango, pero con la felicidad de ir cuesta abajo y de divisar Valladolid en el refajo de la montaña, iluminada por el sol que tampoco hemos visto en horas.


Valladolid es un pueblo feo entre montes bonitos, con casas de listones de madera y techos de cinc que se caen a pedazos, coronado por una pequeña iglesia muy cuidada, al igual que el parque a sus pies. Esta es una característica habitual en todas las localidades pobres de Sudamérica. El pueblo se derrumba mientras la iglesia se erige hermosa y orgullosa.






De La Carretera de La Muerte al Ecosistema de La Vida. (Valladolid – Zumba)





Salimos de Valladolid tarde. No hemos dormido bien y arrastramos un cansancio supremo desde el épico día anterior. Hemos pernoctado en un hostal de mala muerte por cinco dólares cuya ventana da a un barracón de listones de madera que es la única discoteca del pueblo. Estoy de “Eso mira a mi me mortifica, el venao, el venao” y de “Mami que será lo que quiere el negro¨ hasta la coronilla. No he pegado ojo porque el sonido de los bafles de feria es tan alto que juraría que lo oían los indios Yanonami de Brasil. Estamos en pleno Alto Amazonas, en la frontera de Ecuador con Perú y estoy a punto de matar a Juan Luis Guerra. Perdóname amigo pero no tienes ni idea lo mal que has hecho al mundo... aunque reconozco que eres un buen artista y mejor persona.


Iniciamos un placentero descenso dejando atrás el pueblo de Valladolid, que se cae a trozos entre las nieblas de la Amazonía ecuatoriana,  y ponemos rumbo al límite Ecuador – Perú. Partimos con la idea de que hoy el día será más suave y que lo peor ya ha pasado. JAJAJAJAJAJAJA... Vaya infierno nos espera.


Una suerte de cuestas tan ascendentes que, en ocasiones, debemos bajarnos de las bicis para subir hasta la cima para después descender vertiginosos barrancos de misteriosas nieblas y exuberante vegetación. La llovizna es persistente y la temperatura es tan variable que nos vestimos y desvestimos más que un tonto. En cuestión de diez minutos hace un calor húmedo agobiante y en menos de lo que canta un gallo pasa a hacer un frío de mil demonios. Subimos y bajamos como un tiovivo por aquellas montañas de tinieblas y selvas misteriosas que guardan secretos permanentes. Pasamos por algunas casuchas con paredes de tablones y techos de cinc, desde cuyo oscuro interior una voz nos saluda “Hello gringas”. Aunque no soporto que me llamen “gringa” se que no lo hacen por molestar sino por pura costumbre de llamar al extranjero por ese nombre de horribles connotaciones.


Cuestas de 10 kilómetros, de dos, de cuatro, descensos interminables atravesando mares de nubes que de cuelgan como estanterías de los escarpados montes de la Amazonía ecuatoriana. Creo que hasta ahora éste ha sido el ecosistema más fascinante que he visto en mi vida.


Paramos en El Progreso, a unos kilómetros de Zumba, donde saludamos a sus escasos habitantes, consagrados con espíritu de sacrificio al cultivo del café orgánico, sembrado hasta el infinito por esos lares. Otros se dedican a buscar oro en el fondo del río y los que menos, a observar a los viandantes en la puerta de su humilde hogar sentados en un banco de madera que se hace pedazos poco a poco debido a la humedad, mientras la neblina penetra en sus casas de pobre para salir por algún agujero perpetrado en la pared por el tiempo. 




Unos niños juegan en el porche de la única tienda mientras los lugareños nos invitan a un plátano y charlamos sobre el oso de anteojos, el tapir de montaña. el venado, el armadillo, el ocelote, el tigre, el puma y los animales que habitan en esta parte del Amazonas. ¿Y algún día se ha encontrado con un tigre compadre? Y el viejo me espeta que no sólo lo conoció sino que lo tuvo que matar porque se comía su ganado.



Y seguimos nuestro camino por un sendero de bosque húmedo en vivaz descenso hacia Zumba, el último pueblo ecuatoriano hasta la frontera con Perú, preocupadas porque en breve se hará de noche en aquel mundo desconocido y hosco para dos ¨gringas¨ de poca monta. Y cuando pensamos que nos queda poco para alcanzar nuestra meta, otra gran cuesta de tierra interminable de 7 kilómetros con diluvio incluido nos mina la moral y sólo después de otras 3 horas llegamos a Zumba casi de noche y sin fuerzas ni siquiera para llorar de rabia por la tortura de agua, fango y lama que acabamos de experimentar. 




Pero así es la vida del cicloviajero aventurero que quiere pasar su cumpleaños pedaleando por el lugar que le susurró una vez la gente de sus sueños.  :)



Fotos Marika Latsone
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