jueves, 12 de junio de 2014

28 Mayo. Hakuna Matata.

A finales de mayo pedaleo a duras penas desde Nkhata Bay hacia el norte por angostas y escarpadas carreteras sobre precipicios que flanquean el Lago Malawi, entretenida por el saludo eventual de babuinos que vigilan el paso apostados en la cuneta. El pulso a la malaria culmina con exito en el camping Hakuna Matata, en los andurriales costeros de Livingstonia. En este aislado rincon del lago me sacudo la soledad con un grupo de moteros alemanes que inciaron su viaje en Cape Town hace un par de meses y se dirigen a El Cairo. No puedo evitar sentir una ligera envidia cuando me muestran sus maquinas de marcas punteras y cilindradas perversas. Aun asi me atrevo a desafiar a los halcones milenarios colocando a Roberta en un digno perfil central para inmortalizar el encuentro desigual en una foto. Pocas veces me he tropezado con alemanes tan divertidos en este viaje, situacion que aprovecho al maximo durante el desayuno para reir a carcajadas entre sorbos de cafe caliente, gentileza germana, y mordiscos de pan seco de dias con mantequilla de cacahuete antes de partir hacia la frontera.
Al dia siguiente recalo en Ngara despues de sesenta kilometros pedaleando con fatiga. Para llegar al camping de Floja Foundation atravieso una odisea de badenes y hoyos que sorteo a duras penas. Mi fatiga se precipita aun mas cuando el empleado del establecimiento me anuncia el precio, el mas elevado de todo el Lago Malawi. Visiblemente cabreada me instalo en un santiamen y preparo el fuego con el carbon sobrante de la noche anterior y lenya de arbol caido gentileza de la casa. Me siento tan agotada que no me apetece sino dormir, pero mi sentido comun me obliga a preparar una buena tortilla de papas antes de culminar el dia en posicion horizontal. Asi que le compro seis huevos al encargado y me empleo a fondo para pelar las ultimas papas, cebollas y ajos y echarlo todo en el kit de camping de Decathlon de gama baja donde todo se pega y al final ni tortilla de papas ni nada sino un revuelto de huevos y tuberculos a la brasa sospechosamente oscuro pero que me saben a divina gloria.
Mientras se sucede el aquelarre culinario pasa distraida por mi diestra una ninfa y se instala en una hamaca colgante a pocos metros de mi escenario aborigen con un libro entre las manos. Mi momentanea distraccion casi me cuesta la comida porque abandono la vigilancia del mini caldero y casi se vuelca sobre el improvisado fogon que he construido con piedras. Me aseguro de equilibrar el indecente artilugio entre dos piedras y no puedo evitar contemplar la belleza que acaba de instalarse delante de mis narices.
Debe tener mas de treinta anos, fragil y volatil como un hada de cuento e increiblemente femenina. De vez en cuando levanto la mirada para contemplarla por si acaso sea la ultima vez, ya que la belleza no llama siempre a la puerta. Tras media hora de miradas furtivas la ninfa abandona su postura de diosa griega y se dirige a los improvisados fogones del campamento para preguntarme si viajo por Africa en bicicleta mientras aseguro el mal llamado kit de cocina con una mano para que el instante sorpresa no anestesie mi capacidad de atencion y se me arruine la cena. La deidad se confiesa holandesa y voluntaria en el camping que es un pretexto para subvencionar una escuela para huerfanos creada por Floor Willemen y Jan de Groot, dos profesores holandeses que han decidido contribuir a la erradicacion de la pobreza en Africa creando este lugar para ninos abandonados por la vida.
Marielle me habla de todas las iniciativas de ayuda que se llevan a cabo en Floja Foundation, pero yo no la escucho porque estoy en otra dimension. Observo sus sensuales labios, su mirada timida y dulce, su voz quebrada como un lamento sensual, sus curvas peligrosas y su alma pura y bondadosa. El corazon se me acelera y pierdo el apetito. Me como lo que queda de la tortilla sin degustarla porque no estoy ahi, estoy viajando por el espacio, volando entre nubes de algodon, preguntandome por que me habra hecho Dios asi...

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