lunes, 22 de septiembre de 2014

21 Agosto. El mejor dia de mi vida II

Alguien me telefonea repetidas veces durante el trayecto a Bhilwara. Es una voz masculina que habla espaciadamente para hacerse entender por encima del estruendo de la autopista. Grito hasta quedarme afónica, por encima del estallido sonoro de la vía,  que por momentos no tiene nada que envidiar a una contienda entre Alejandro Magno y el ejercito persa de Dario III.  "As soon as I leave the highway I will call you back, Mr Manoj Agrawal". Pero el maldito highway es infinito, y la desviación de Chittorgah a Bhilwara se hace esperar... Como las cosas buenas de la vida.
El sol duplica sus nefastos efectos en el alquitrán, que actúa como la brasa de carbón. El calor bípedo multiplica la deshidratación y tengo que detenerme varias veces en estaciones de servicio para comprar agua y mear, ante la triple ingesta de líquidos. Normalmente procuro no aliviarme por el camino, para no detenerme y abandonar a Roberta a su suerte, y porque las apartadas casas de baño de las gasolineras son el lugar perfecto para que una mujer blanca solitaria sea asaltada y violada en la India.



Elijo las estaciones de servicio con premeditación, procurando que no sean cuchitriles o barracones con una bomba de gasoil y que no haya una veintena de hombres discutiendo, con sus motos apostadas en los surtidores, lo mal que están los Ahmedabah Rockets o los Mumbai Champs en la Cricket League. La frecuencia de hombres y desaparición de las féminas en las calles es habitual en el estado de Rajasthan, lugar donde tradicionalmente se ha practicado el infanticidio de niñas y la población femenina se ha reducido drásticamente. Encontrar una estación que cumpla con este estrictos requisitos no es tarea fácil, así que a veces se me hace muy difícil aguantar en tirón.
Cuando por fin detecto el objetivo, pedaleo apresuradamente  hacia la persona a cargo y le preguntó por las coordenadas del cuarto de baño. Luego coloco a Roberta lo mas cerca posible a la puerta del servicio y desengancho el bolso portamapas delantero. Abro la puerta de un golpe seco para cerciorarme que no hay nadie dentro y compruebo que hay cerrojos. Con el spray antivioladores en una mano y el cuchillo amarrado en la pierna cierro la puerta a toda velocidad y echo los fechillos. En una ocasión un grupo de hombres se detuvo a "hablar" en las fauces de la puerta del solitario  servicio femenino, ubicado en el otro extremo del establecimiento, y no salí hasta que me cerciore de que abandonaban el puesto. La broma me costo 45 minutos, pero es mejor prevenir que curar. Por eso procuro no detenerme en la India para estas cosas y a veces aguanto hasta 10 horas sin hacer mis necesidades.
A la una de la tarde alcanzo Chittorgagh, que esta a unos 117 kms de Udaipur. Pedaleo lo mas rápido que mis piernas, el; sofoco y el dolor de espalda me permiten. Mi contacto en Bhilwara no deja de llamarme pero yo no le entiendo en medio del surrealismo que se viven en el autopista. Carreras de camiones pintados a brocha como carromatos de circo, vacas posando en la mediana de la vía, vehículos transitando por el arcén  en sentido contrario, peregrinos pululando en pro de promesas religiosas, motocicletas que lo invaden todo, un burro reventado con las tripas fuera emitiendo un hedor a camposanto sitiado por zombies que me remueve las mías, experiencia que nunca se llega a superar, perros semi- fosilizados en el alquitrán, pastores atravesando el autopista con rebaños de cabras, o de ovejas, o de vacas, o de búfalos a punto de provocar la catástrofe en la vía, ante la indiferencia de todos, carrozas de carnaval solitarias con aparatos que escupen estruendos musicales celebrando alguna festividad local a paso de tortuga ... como le voy a oír, señor del teléfono?
Cuando paso Chittorgagh me pongo en contacto con Manoj y le doy cuenta de mi ubicación. Calculamos juntos una hora de llegada, pero le hago entender que ya llevo 117 kms y que aun me restan 74, y que mis fuerzas ya no son las mismas. Tampoco me queda mucha agua y las probabilidades de encontrar una estación de servicio fuera del autopista ya no son las mimas; así que de ahora en adelante toca racionar el agua durante las horas de mas calor. Acelero el ritmo,  ya que no quiero hacer esperar a mis anfitriones demasiado, pero tampoco puedo hacer milagros. El paisaje cambia de repente y se vuelve semi-árido, con oasis de agua y pinceladas verdes espaciadas a medida que me adentro en el Desierto Thar, el séptimo mayor del mundo.  El trafico disminuye considerablemente pero la temperatura sube a 43 grados y estoy a punto de desmayarme, pero sigo pedaleando. El agua hierve en los bidones y mis reservas de azúcar en forma de galletitas y chocolatinas se han terminado. De repente, el GPS ya no funciona al igual que internet. Ahora escucho a Manoj perfectamente por el altavoz de mi Samsung Galaxy Duos, pero no tengo ni idea de donde estoy no puedo darle referencia alguna,porque todo lo que me rodea son acacias, arbustos espinosos, árboles de incienso y mirra y un encantador paisaje mediterráneo bañado por el sol de cobre de la tarde.

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