Las ganas de llegar a Bhilwara y meterme debajo de una ducha de agua helada me pueden y por momentos olvido el horror del dolor agudo en las lumbaares y mi contienda esteril contra el calor. El Ibuprofeno ya no me hace efecto y lo unico que me mantiene en la bici es la visualizacion del dia que Roberta y yo conquistemos Agra y Taj Mahal. Hasta ese heroico momento, toca aguantar estoicamente el sufrimiento corporal.

A unos 20 kilometros de la "meta" unos tipos en moto, parados en un estrechamiento de la via sobre un puente, me hacen senales para que me detenga. Normalmene hago caso omiso de estas sospechosas proposiciones en el sur de Asia, pero me da la sensacion de que los dos jovenes tienen algo que ver con Manoj y el Rotary International, y me detengo. En tono impersonal uno de ellos espeta, "Wellcome to Bhilwara" , mientras me extiende una botella de zumo de mango tan helada que se me antoja la escena, a 43 grados al sol, en medio del Desierto Thar, surrealista.
Hace una hora que se me acabo el agua y bebo aquel delirio naranja y viscoso con tanta rapidez que los motoristas se dirigen complices miradas. "Hay mucha gente esperando por usted, Madame", me informa el conductor, que se hace llamar Deepak Saraf. Si esta muy cansada, uno de nosotros puede llevar la bici y usted monta en moto. A punto de sucumbir en una tentacion que podria decirse biblica, en medio del segundo desierto mas grande del mundo, le respondo que no, que "ya que he llegado aqui milagrosamente viva, entrare con mi bici en la meta aunque tenga que perderla". La verdad es que a veces no se que pensar de mi misma y, sincerametne, hay ocasiones en que me dan ganas de autolesionarme con un garrote cubierto de tachas, por idiota. Por que sere tan fantasma, Dios bendito? Con lo bien que estaria ahora mismo de paquete en una motocicleta disfrutando de un paisaje marciano a golpe de bocanadas de aire sobre mis ardientes sesos.
Los veinte kilometros se me hacen eternos; no obstante, una fuerza sobrenatural se apodera de mi, y mis piernas aumentan las revoluciones por minuto un cien por cien. Los mozos me escoltan hasta el pueblo, donde algunos curiosos y un nutrido grupo de periodistas me esperan encanonandome con sus camaras fotograficas. El incansable hombre del telefono, Manoj Agrawal, me da la bienvenida en nombre del pueblo y del Rotary Club, apartando a la gente a manotazos. La adenalina se me dispara y ya no estoy cansada ni me golpea la cabeza el tedioso sol del desierto. Los nervios se apoderan de mi porque no se exactamente que esta ocurriendo. Ante el tumulto y la expetacion otros viandantes se unen al momento y en pocos minutos me veo rodeada de decenas de personas haciendome preguntas, aplaudiendo, tocando la bici... Manoj hace lo que puede para poner orden en el pequeno caos que se acaba de generar en una pequena ciudad de la India.

Cuando termino de hablar vuelan los aplausos y Manoj me invita a seguirle montado en su scooter. Delante, Manoj y yo, detras algunas bicis y decenas de motoristas nos acompanan en un paseo triunfal por el casco urbano. Siento que me voy a desmayar, pero esta vez de gloria.
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