A las seis de la manana Udaipur tiene una luz especial. Los primeros rayos solares reflejan en los edifcios color marfil y la luz juega a rebotes incansables en lagos y templos de ciencia ficcion. Estoy extasiada contemplando a lo lejos el Taj Lake Palace que parece un trasantlantico fantasma flotando sobre las aguas del Lago Pichola. Se respira espiritualidad en un ambiente sembrado de palacios, templos, mansiones, murallas y callejones, en la capital del antiguo reino de Mewar. Me invade un delicioso sopor. Dice la leyenda que el Maharana Udai Singh encontro a un santon meditando a orillas de este lago; el guru le bendijo y le aconsejo la construccion de un palacio en aquel lugar. Udai siguio su consejo y fundo la ciudad que debe su nombre en el siglo XVI. Los maharanas son de mayor categoria que los maharajas, pero no se exactamente por que. Maharaja significa "gran rey", y Maharana, ni idea. Lo que no cabe duda es que esta ciudad supera con creces a todas la que he visto hasta ahora en la India.De vuelta a la realidad, me cuesta dos horas salir de Udaipur. El GPS aun esta durmiendo y Google Maps es una broma de mal gusto. Vuelvo una y otra vez al mismo sitio. Cada individuo me recomienda un camino diferente para salir al autopista y estoy a punto de volverme loca. Me desespero porque se me esta haciendo tarde y los rayos solares comienzan a dejar de acariciar mi piel para empezar a golpearme sin tacto. En esta parte del planeta el sol es muy madrugador y a las ocho comienza a hacer estragos en el animo; a mediodia es mejor no tropezarse con el. Por delante me restan 172 kilometros de sol hasta Bhilwara.
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