sábado, 6 de septiembre de 2014

10 de Agosto. De noche en la autopista india.

Alguien enciende la luna y aun no he llegado a Silvassa, Maharashtra. La mayor parte de la autovía es cuesta arriba y los 124  kilómetros  que separan Nalasopara de la también conocida durante el dominio portugués como Paco de Arcos Oeiras,  se me hacen interminables con 40 kilos de peso en las alforjas.  Nunca había visto tantos camiones en una carretera como en la india. Pasan a la velocidad de la luz pero se apartan unos metros cuando ven a un ciclista, lo cual me tranquiliza.  Pero al caer la noche los camioneros se vuelven locos y dibujan garabatos en la calzada. El cambio de conducta al volante es notorio y la única explicación que encuentro es que pueden ir borrachos. Me empiezo a poner tensa y saco todas las luces que llevo y las coloco en los lugares mas visibles. También hago acopio de todos los elementos reflectantes. Pero aun así la locura en la autovia aumenta también por  parte de los conductores de otros vehículos y me invade una sensación de no salir viva hoy de ahí. El GPS ha dejado de funcionar sin ningún motivo aparente y no se cuantos kilómetros me separan de mi destino. "Venga Cris, tu puedes... no dejes de pedalear... no pienses..solo pedalea y vigila el espejo retrovisor...". Doce horas después de mi partida veo una señalización que me indica que  estoy en Bhilad, a unos 12 km de Silvassa. De repente, el trafico se hace tan denso que debo detener la bici en un embotellamiento y, como por arte de magia, un tuc tuc se detiene a mi lado. El conductor no habla ingles, como todos los conductores de tuc tucs de la India, y , echando mano del lenguaje de signos internacional que he aprendido a lo largo de mi periplo,  lo convenzo para que me deposite en Silvassa cuanto antes. El mozo se las ingenia para colocar a Roberta transversalmente y yo me las arreglo para meterme dentro de aquel mínimo habitáculo con todo mi equipaje. Por favor, vámonos de aquí cagando leches, le digo en Español mientras un camión pasa como el rayo a unos centímetros del triciclo a punto de embestirnos , y pone en marcha el motor de dos tiempos dibujando una sonrisa,  como si me hubiera entendido perfectamente.

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