jueves, 3 de julio de 2014

20 Junio. DAR ER SALAM (TANZANIA) Remanso de Ruido...

Me sumerjo en la algarabía caliente de los vendedores ambulantes, de las fruteras que gritan hasta quedar afónicas, de los conductores de “daladalas” increpando sus destinos por la ventana, de los transeúntes que intentan no ser atropellados donde Dar es Salaam pierde su significado,(“remanso de paz” ). La actividad comercial se desarrolla en cualquier esquina y los taxistas asaltan al escaso turismo que camina con nerviosismo por el enjambre de calles de fusión de estilos germánicos, arabicos, asiáticos y británicos. Después de la relativa paz de Zanzibar, me dejo llevar por el flujo del río que se precipita catarata abajo en medio del vaho de sudores rancios, de moscas sobre el chapati servido en valde de plastico por dulceras semi ocultas tras el hijab.
Pedaleo Garden Avenue y pregunto cien veces por el YWCA Hostel para no sacar de mi cortavientos Brooks el Samsung Galaxy Duos con Google Map integrado y arriesgarme a no verlo mas. Con un cuidado extremo y atención y reflejos de águila pescadora, giro a la derecha en un cruce entre los claxon  de vehículos que hacen ademán de atropellarme sin mas. En Maktaba Street encuentro por fin la oficina de correos que me sirve de referencia para la enfilación náutica que me dirige sin margen de error hacia Ghana Street y, en definitiva, al hostal donde pasare una noche antes de poner rumbo al Kilimanjaro en el Norte del pais.
En el hostal veo por tercera vez a los británicos Sophie y Mathiew , en un encuentro casual como tantos otros en esta aventura, momentos a los que te acostumbras por numerosos y que dejan de transtornarte cualquier día para convertirse en indiferente rutina. La aventura de los dos ciclistas del sur de Gran Bretana finaliza en la ciudad mas poblada de Tanzania después de tres meses con ruedas en los pies por el este del continente de ébano. Otra despedida mas de los  cientos de adioses que he practicado por todo el camino. Ya no me desgarro por dentro, ya no me siento huérfana cuando dejo a amigos atrás... mi alma se ha acostumbrado a la soledad entre multitudes.
La habitación compartida por la que pago cuatro euros y medio esta desierta y me alojo a mis anchas. Me acuesto a las ocho de la tarde como casi siempre porque en invierno el día se pinta de negro en Africa a las cinco y media cerca de la linea ecuatorial, y a esa hora estoy tan rendida que mi mente se atrofia y el sueno ordena y manda. Pero me cuesta conciliarlo entre el ruido y el aroma de alcanfor de las sabanas. La gritería proveniente de la calle es enervante. Alguien enciende la luna sobre el mismo estropicio continuo que protagonizaba la luz del dia. Los 'daladalas' ruedan impertinentes con sus conductores temerarios por las calles, las fruteras, las dulceras, los vendedores de crédito para el móvil, los vendedores de agua en bolsas de plástico, los canastos sobre la cabeza, nada cambia desde que el sol se esconde detrás del sahumerio y de las mezquitas, ruinas y tumbas.
Pienso en el momento en que liquide mis pertenencias en Las Palmas para trasladarme con ímpetus de heroína a esta loca aventura en bicicleta con determinación de conquistador de finales del siglo XV. Me he despedido de un mundo ensimismado en sus pequeñas desgracias económicas para saludar a otro ajeno a sus grandes problemas y feliz por vivir el día a día en una desgracia permanente de vapores pestilentes. Tengo la conciencia en paz porque, a pesar de los percances de este nuevo camino, creo que no me he equivocado.  Me invade la sensación de estar haciendo lo correcto por primera vez en mi vida. El viento sopla favorable y mi barco se desliza en empopada por el mar de los sueños. Desde que inicie esta reivindicación por la igualdad entre hombres y mujeres hace nueve anos en Canarias, con periplo de menos envergadura y de mas repercusión mediática,  mi destino esta irremediablemente escrito. Todos los acontecimientos de mi vida durante este tiempo transcurrido han sido señales que intentaban dirigirme a un rumbo marcado. Cualquier intento de manipular la realidad y emprender otra senda siempre fracasa dejando en mi alma el sabor agridulce de no emprender lo que verdaderamente quiero. Quizá por eso ningún disfraz de la realidad ha prosperado en mi vida adecuadamente. Las ansias del inconsciente insatisfecho son tan peligrosas como las minas antipersona.
Desde Sudafrica he sorteado intentos de atraco, amenazantes autopistas de camiones temerarios, tempestades de vientos en contra, dementes carreteras de arena, puentes sobre barrancos de agua, hacinadas aldeas de chabolas, solitarias casas de cañizo en medio de sombrías selvas, niños desnudos increpando limosna, persiguiendome por las carreteras como cazadores de mariposas, mujeres canguro con niños que cuelgan como monitos de las ramas trabajando los campos, pescando o vendiendo fruta a pie de carretera. Agobiada por tantos horrores y reconfortada por tanta belleza. Llanuras luminosas salpicadas de jirafas y manadas de impalas, búfalos y ñus que pastan ajenos a su inminente extinción a manos del hombre, kilométricas playas de arena cegadoramente blanca bañada por aguas térmicas serenas y diáfanas, ricos palmerales de cocoteros adornados por exhuberantes plataneras de frutos esmirriados, girasoles en las tinieblas, ocasos de oro en cielos libres de contaminación, aves enormes que emiten estridencias ensordecedoras, ciénagas con vapores inquietantes y fascinantes manglares. Y un mujer y una bicicleta circulando absurdamente por estos lares,  reivindicando los derechos de las mujeres en un mundo que se ríe en mi cara de tal iniciativa, porque no conoce otra cosa que ir a buscar agua al río en un valde para bañarse, ir a pescar en tradicionales barcazas con ropas de pobre y olores penetrantes durante horas para embriagarse de regreso a la playa y perderse en el olvido, entrelazar paja para hacer canastos y venderlos a pie de carretera, cortar leña donde todavía queda para sacar unos meticaes, o kwachas, o chelines tanzanos y comprar un poco de harina de maíz para echar al caldero y alimentar a once hambrientas bocas de niños pobres como ratas.
Por la mañana recojo la tienda de campaña del improvisado y polvoriento lugar que las chicas del hostal Tembo Guesthouse , en Longido , me han buscado en el desangelado jardín trasero del inmueble. La tienda modelo sarcófago de una plaza pide a gritos un buen lavado y una decena de surcido. Me despido de las empleadas y de las mandamases canadienses del proyecto Tembo que lucha por los derechos de la mujer tanzana  ayudándoles a crear empresas con microcréditos y educando a niñas pre  adolescentes a no someterse al yugo patriarcal de la sociedad. Otra vez, la vida me ha traído aquí sin premeditación ni alevosía. Así es el día día de esta aventura. Todos los caminos me llevan a mi objetivo sin proponérmelo. Es como si el Universo se hubiese confabulado a mi favor.
Estoy entusiasmada porque solo me separan de la frontera con Kenia 25 kilómetros. No siento el pedaleo porque mis piernas se rigen por alguna fuerza oculta mientras mis pensamientos se pierden en el horizonte. No me puedo creer que la llanura seca que se extiende a lo lejos forme parte de otro país, otro destino, el penúltimo de mi aventura en aquel intrigante continente. Mis ojos se cubren de lágrimas . Cuando las emociones me sacuden sin piedad y atisbo la carretera con filtro de llantina,  la bicicleta efectúa un tambaleo inusual y la llanta delantera se pelea con el alquitrán, señal de que he pinchado en las fauces de la meta. En ese momento la musica de fondo imaginaria se apaga, las lágrimas se secan y la desesperación aumenta con el agotamiento de días de pedaleo. Son las nueve de la mañana y estoy tirada en medio de Africa con un montón de sueños en las alforjas de la bicicleta y sin posibilidad de inflar la goma porque el fuelle ha decidido dejar de soplar para siempre.
Una figura humana, solitaria y distorsionada por los vapores ardientes del alquitrán requemado bajo el sol se acerca a lo lejos por la proa. El instinto me impulsa a abrir el compartimento delantero y sacar el espray antivioladores. El individuo lleva como atuendo una tela anudada sobre los hombros de vivos colores y pulseras y collares con diseños geométricos, el pelo rapado y los lóbulos de las orejas con sendos agujeros del tamaño de una moneda de dos euros. 'Mambo', me saluda en swahili con gesto preocupado. Siguiendo las reglas de mi periplo, hago ademán de no necesitar su ayuda para que pase de largo, pero sucumbo a la nobleza de su mirada triste y permito que se incorpore para ayudarme sin resultado. Cuando el masai se va lo hace mas triste todavia y se me oprime el pecho, porque es la primera vez en este maldito continente que alguien me ayuda sin pedirme dinero. Son las doce del mediodía y sigo tirada en medio de la planicie africana a 900 metros sobre el nivel del mar, con un fuelle de mierda y una rueda pinchada. A lo lejos, Kenia me espera con resignacion.

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