domingo, 4 de enero de 2015

16 de Noviembre. Singapur: La Isla.

Desde el fatidico episodio en el norte de Malasia estoy turbada y deprimida. Me siento estresada y agotada al mismo tiempo y la soledad me pudre el alma. Las lagrimas son mis companeras de camino un dia si y otro tambien y el miedo convive conmigo desde que he tomado conciencia de que la muerte no es solo una probabilidad permanente, sino una realidad inmediata. Lo unico que me impulsa a seguir pedaleando es la esperanza de salir de este maldito pais cuanto antes. No me apetece quedarme en su capital, Kuala Lumpur, ni un dia mas de lo estrictamente necesario. Paso impasible por delante de las Torres Petronas, los edificios mas altos del mundo hace mas de una decada, y no me paro ni para disparar una foto. Me da igual. No me interesa el mundo que me rodea, no quiero seguir adelante. En este momento odio este mundo repleto de hijos de puta.

Me siento desgarrada por dentro, vacia, sin energia. He perdido el apetito y el interes por este viaje. El no tener a nadie con quien desahogarme me desgarra cada dia mas por dentro. Necesito urgentemente pararme por un tiempo. Necesito encarecidamente el calor y el carino de un amigo o amiga. Desde la India no he vuelto a hacer amigos de verdad, aquellos con los que conectas inmediatamente y charlas dia noche sobre todo lo que te pasa por la cabeza, ries, lloras y no te quieres ir de su lado ni que te apunten en la nuca con un rifle de asalto.

La unica solucion a mi encrucijada emocional es ir a la isla mas importante (de las 63 que com
ponen el pais) de la Republica de Singapore y reencontrarme con Martha despues de veinte anos. Nos conocimos cuando eramos dos adolescentes en la residencia para chicas St. Joseph's Hostal, Notting Hill Gate, Londres. Alli lo pasabamos en grande mientras ella estudiaba Derecho y yo trabajaba en una pasteleria francesa para pagarme mis estudios para obtener el First Certificate. Aunque probablemente nos sintamos como dos extranas despues de tanto tiempo, siempre es agradable re-encontrarse con alguien conocido y recordar los viejos tiempos. Haciamos muchas travesuras en aquella residencia regida por monjas catolicas de estrechez de criterio, estrictas normas y cabreo perenne.

Nunca olvidare nuestros momentos observando las estrellas apostadas en el techo del edificio victoriano, al que accediamos por la ventana de la habitacion de Ana Silvar, la otra mosquetera en el grupo. El recuerdo de nuestras carcajadas bajo el cielo ligero y estrellado, respirando la humedad del aire invernal con la ciudad a nuestros pies, me arranca la unica sonrisa de mi estancia en Malasia. Senal de que eso es precisamente lo que necesito: buenas sensaciones, energia positiva, conversar a la luz de las estrellas, reirme hasta que se me rompa la boca y, sobre todo, socializar hasta que el cuerpo me diga basta.

Quedamos en una estacion de tren cerca de la frontera con Malasia. Menudo follon para pasar desde un pais a otro. Me ha llevado una eternidad cruzar desde una oficina fronteriza a otra porque las separan kilometros de distancia, y cada puesto de control es como el edificio de Naciones Unidas en Nueva York y, las colas, kilometricas. Cuando por fin llego a Singapur me siento como en Londres, con menos trafico, y un calor fulminante. Rascacielos, jardines, gente cabreada, mas edificios, mas parques, mas gente ensimismada y ligeramente agria, blancos, chinos, mulsulmanes, hindues, organizacion estricta, centros comerciales, consumismo exacerbado, humanos pegados a sus smartphones con la cabeza gacha y aislados del resto del mundo... Me choca enormemente todo esto despues de pasar por el mundo subdesarrollado, donde todo el mundo sonrie hasta en los accidentes de trafico, todo el mundo habla con todo el mundo, todo el mundo te quiere ayudar, todo el mundo se pelea por hablar contigo y el telefono lo utiliza casi todo el mundo solo para lo que fue creado.

Sin bajarnos de nuestras “maquinas” (Roberta esta en coma, es decir, tras el accidente, tiene el chasis doblado y ni el cassette delantero y trasero van bien) nos damos un emotivo abrazo en un semaforo porque nos hemos cruzado de camino a la estacion de tren. Martha es una fanatica del ciclismo y tiene varios trofeos en carreras de Mountain Bike en Singapur y Malasia. La sigo hacia su casa. Lleva una bicicleta de carreras ultimo modelo y va como un tiro; yo, a su lado, parezco que llevo un 'taca- taca'.

Hago lo que puedo porque mis alforjas pesan y el calor es asfixiante. Una hora despues llegamos a su casa, una vivienda de una sola planta en un barrio residencial algo alejado del centro. Me presenta a su madre, una entranable anciana de rasgos bellos, endurecidos por la crueldad de la vida, con excelente sentido del humor. Conecto con aquella mujer encantadora inmediatamente.

En pocos minutos, la tres charlamos animadamente en el cuarto de estar apurando te helado. La felicidad recorre mi cuerpo como una corriente de energia. Siento de nuevo el calor de una familia, la tranquilidad de hallarme integrada en un grupo. Deseo que no cambie nada, quiero estar asi todo lo que me queda de vida. Pero, cuando aun no han transcurrido dos horas , Martha inquiere que no tenemos mucho tiempo y que debemos poner en marcha la “operacion jubilacion anticipada de Roberta” cuanto antes.

Hoy es sabado y en Singapur las tiendas abren todos los dias. Y he alargado mi estancia hasta el 20 de Noviembre. Por lo que no entiendo tanta premura. De repente Martha parece muy preocupada y su actitud es diferente. Mas estresada e inflexible. “Tenemos tiempo para eso. No crees? - Contesto - Me gustaria no pensar en bicicletas y en viajes al menos durante el dia de hoy, si no te importa. Lo necesito de veras” - . Pero mi puntualizacion le entra por un oido y le sale por otro y me contesta secamente: “No, es importante ponernos en marcha ya porque el tiempo se nos echa encima. He quedado con mi mecanico para que le eche un vistazo a tu bici y debemos pedalear ya hacia alli; … si o si.” Asiento con un mohin preguntandome desde cuando Martha es tan “tocapelotas”.

Estoy reventada y harta de bicicletas (y de mierdas varias) pero me encuentro en el territorio de otra persona que me ha acogido y debo respetar sus deseos hasta donde pueda, al menos esa es mi filosofia. Otra media hora de pedaleo hasta el quinto cono para que un mecanico me confirme lo que ya se: que debo jubilar a Roberta y comprar otra bicicleta. Hostia puta. Solo quiero irme de marcha y ponerme hasta el culo de mojitos, bajo una bola de colores que gire sobre su eje aliviando un haz de lucecitas en las paredes mientras el sonido mas hortero de Enrique Iglesias retumba en mis oidos. “Ey Martha... donde vamos esta noche? No sabes las ganas de juerga que tengo en el cuerpo...”. - “Manana madrugamos para hacer un recorrido en bici por Singapur...” - contesta.

A las siete de la manana estamos en pie pero voy lentisima porque arrastro un cansancio fisico y mental extraordinario. Me demoro hasta para cepillarme los dientes. Martha me espera en el porche con cara de pocos amigos mientras le quita el transportin a Roberta y revisa cada milimetro de la maquina con suma concentracion. Cuando por fin voy a su encuentro me inquiere con una forzada sonrisa que “mi bici esta muerta y que no se quedara tranquila hasta que la cambiemos por otra”. No se como decirle que me la sopla completamente la bicicleta en estos momentos, que no quiero ni oir hablar del tema por unos dias, y que solo necesito un buen amigo a mi lado con quien reirme y tomarme un increible desayuno junto al mar que tanto amo; que hoy no quiero pedalear porque mi cuerpo se resiste al ejercicio fisico y mi mente necesita un respiro. Pero de un dia para otro Martha se ha vuelto una mujer furiosa por dentro y actuacomo una bomba de relojeria a punto de estallar de un momento a otro; no tengo fuerza mental para enfrentarme a esto ahora y reprimo mis deseos.

Le sigo la corriente todo lo que puedo. Observo el transportin en el suelo y me pregunto por que no me ha pedido permiso para extraerlo. Me siento como una estupida sin autoridad para tomar decisiones sobre mi vida. Tengo ganas de decirle que no necesito su experta ayuda, que me las arreglo sola, que si me quiere ayudar se comporte como una amiga y me apoye emocionalmente. Pero no puedo. Hace mucho tiempo que no me siento tan intimidada por alguien.

Roberta esta cada vez peor. La rueda trasera roza con el chasis torcido por la caida en el Norte de Malasia y los casettes delanteros y traseros estan casi muertos. Mi velocidad es de crucero y la de Martha de rally. Me tranquiliza saber que no vamos a practicar descenso en MTB por tierra ni ninguna de sus locuras porque asi lo hemos acordado por la manana, tras la tormenta de anoche. El aire es humedo y a las nueve de la manana el calor es agobiante. Es domingo y no hay mucho trafico. Martha se pierde entre los vehiculos y la sigo a duras penas. Me hace senales para que vaya mas deprisa y, como siempre, parece enfadada. Me quiero morir.

De repente, nos salimos de la carretera y descendemos por un barranco de arboles y lodo. Tengo que detenerme porque los cambios no me van y Roberta no esta para descenso radical en MTB. No se que haceemos ahi, porque hemos acordado rodar tranquilamente por alquitran, dada la situacion de la bicicleta y la climatologia. Llamo a Martha, que se ha perdido en el bosque, pero nadie responde. Decido caminar con Roberta por el circuito de descenso. Las botas se me hunden en el barro y me cuesta horrores arrastrar la bici. De repente Martha aparece. Esta tan enfadada que se le hincha la nariz y los mofletes se le ponen al rojo vivo. Estoy desesperada. No se ni que decirle. Tengo tal depresion que siento ganas de tirar la bicicleta por el barranco y salir corriendo. Me pregunta que que ocurre, que me estaba esperando abajo. Que es domingo, “su dia de esparcimiento sobre dos ruedas” y que debo comprender que no tiene mucho tiempo durante la semana para montar en bicicleta”.


Cuando llegamos a casa corro al cuarto de bano a llorar. No puedo evitarlo y tampoco puedo parar. No entiendo lo que ocurre ni porque Martha ya no es la misma persona que conoci en Londres. Como puede alguien cambiar tanto. No se que hacer. Estoy tan deprimida que no tengo fuerza mental para tomar decisiones. Despues Martha me dice que me va a llevar a casa de su hermana, que vive mas cerca del centro y me conviene mas estar ahi. Asi que me manda empaquetar todo de nuevo y otra vez a la carretera. Su hermana viven en un 17th piso en un barrio de inmigrantes mulsulmanes. La vivienda es minuscula y esta repleta de todo tipo de cosas y casi no hay espacio para transitar por ella. Cajas vacias amontonadas contra la pared, cachivaches de toda indole, artilugios, pilas de periodicos y revistas amontonados en el suelo, cajas llenas de libros, de ropa, juguetes, repuestos de bicicleta, … es como si su propietaria fuera incapaz de deshacerse de nada. Todo esta sucio y descuidado. Se me viene el mundo abajo. Me deja con su hermana y no la vuelvo a ver. Convivo con Elise durante tres dias y resulta ser una de las mejores personas que he conocido jamas. Nunca me habia encontrado con un corazon tan puro. Espero volver a verla.  

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