Pedaleo hacia Needles desde el “camping
maldito” por la Ruta 66, direccion a Amboy. La carretera es un
desastre y los baches anaden dificultad al calvario de pedalear en el
desierto. Practicamente no hay trafico. No se si porque es domingo o
porque todo el mundo toma el autopista al percatarse del estado de la
via.
A medida que avanzo hacia las profundidades del desierto de
California la roca se vuelve negra azabache sobre un manto de arena
blanca, saliva escupida un dia por el Crater de Amboy, senal de que
el pueblo no anda muy lejos.
El sol comienza su ultimo recorrido
regalando destellos anaranjados que provocan un caleidoscopio de
colores en el entorno. Tengo que buscar ya un sitio donde esconderme
o se me hara de noche. Mi hora limite para localizar un lugar y
montar el campamento son las 5.00 pm en esta parte del planeta, donde
el dia en esta epoca del ano se va tan rapido como un suspiro. Diviso
un montana de arena y rocas a lo lejos, mi unica oportunidad de
ocultarme en la llanura de pequenas aulagas.
En el desierto todo
parece mas cerca de lo que realmente esta, asi que me lleva una hora
llegar aqui y queda ya poca luz. Me apresuro a montar el campamento
en medio de las cenizas del volcan sobre la arena blanca. El lugar me
recuerda al paisaje del norte de Lanzarote, Islas Canarias, Espana.
Me oculto detras de unas rocas en un lugar que se me antoja uno de
los mas bellos que he visto en mi vida. Estoy ligeramente subida en
monticulo desde el cual contemplo el universo de arena y soledad
recorrido por el flamante historico tren de Santa Fe cada hora, cuyo
estruendo provoca un estallido de emociones a mi alrededor.
El
desierto se vuelve cobre. Cuando aseguro el habitaculo, hago la lanza
con el cuchillo de submarinismo, pues he visto miles de huellas de
coyote alrededor de mi emplazamiento, y subo un monticulo de rocas
con la lanza en la mano, para no perder detalle de aquel regalo del Universo.
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